domingo, 18 de febrero de 2018

La función social del dinero



Llega la Cuaresma y los restaurantes de comidas variadas comienzan a presentar en sociedad sus nuevos menús con suculentos guisos a base de bacalaos, pescados y mucha verdura ecológica. Pero ya ni los más estrictos observantes de la abstinencia cuaresmal se quedan tranquilos cambiando la carne por el pescado. Ellos saben que la llamada a la conversión penitencial va por otro camino y hay que llevarla más lejos.
 
Y así es, efectivamente, por otro camino va. Es cuestión de estar atentos a los auténticos mensajes que nos suministra la predicación parroquial en estos días de Cuaresma al hilo del evangelio diario. Pero permítanme una sugerencia para aquellos que quieran tomarse la conversión penitencial en serio: o sea, para los cristianos de hoy.
 
La conversión tiene mucho que ver con la reconducción y reconstrucción de nuestras vidas cotidianas en el seguimiento que nos pide el Nazareno. ¿Y qué tal si, en el camino penitencial, empezáramos por descubrir lo de la función social del dinero, unido a la comunicación cristiana de bienes?
 
Pensamos que el dinero que tenemos en el cajón, es nuestro y que podemos hacer con él lo que queramos. Y es que se nos ha inculcado hasta el tuétano lo del sacrosanto derecho a la propiedad privada. Pero, ¿dónde queda la llamada a ser generosos y a mirar por el bien común?
 
¿Recuerdan ustedes aquello del dinero inyectado por la Unión Europea a los bancos españoles que, en su momento, levantó tanto revuelo?
 
Pues bien, en su día nos dijeron los señores del frac (esos amables inspectores, vestidos de negro y con impecables corbatas rojas), o sea los “mandados” por Bruselas para vigilar nuestros deberes como escolares de la Unión, nos dijeron -digo- que los dineros que giraron o enviaron a los bancos de España, no eran para el bolsillo de los banqueros, ni para sus señoras, ni tampoco para cambiar el mobiliario y poner muchos cuadros de valor colgados por las paredes, sino para que los créditos fluyeran con más generosidad y menos tacañería y la economía del país se moviera.
 
Y sobre todo, los del frac advirtieron a los señores banqueros que, cuando se decidan a dar créditos, además de ser generosos, lo hagan a un precio razonable y no se suban por las nubes. Es decir, que si ustedes van a montar un negocio y piden ayuda al banco, los señores banqueros primero les den a ustedes el dinero que necesitan y, luego, les pongan a ustedes unas condiciones a las que puedan acceder sin que les obliguen a andar de cabeza el resto de sus vidas, condenados a comer sopas de ajo (sin ajo para ahorrar más) y esto todos los días de su vida hasta que la muerte les libere a ustedes.
 
Los capitales no deben permanecer improductivos, sin crear puestos de trabajo y sin brindar oportunidades a los ciudadanos de a pie.
 
Esto tiene que ver mucho con la función social del dinero, ¿verdad? ¿Y con la conversión cuaresmal? También. No hay conversión a Dios, si nos olvidamos del prójimo y de sus necesidades.
 
Y aquí es donde veo yo una nueva posibilidad para los católicos que quieran vivir en cristiano y una nueva oportunidad para hacer un camino de conversión, acorde con lo que se nos pide en cada Cuaresma que desfila por nuestra vida.

El dinero tiene una función social que desarrollar. Pero el dinero es muy cobardón, y, cuando en un lugar hay mucho revuelo y poca seguridad, se retira a lugares templados, a playas lejanas o a países donde se practica el deporte del esquí (Suiza, por ejemplo). Pero es de muy mala nota hacer esto. Y peor, si se conjuga con la práctica cristiana. Por eso (y a modo de sugerencia) podría ser un buen camino penitencial repensar lo de la función social del dinero. Y sin dejarlo para mañana. Ahora mismo y en esta misma Cuaresma del 2018.

Eduardo de la Hera Buedo

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