lunes, 3 de octubre de 2011

Su infancia

Fue hijo único y sus padres eran de los más ricos de Almodóvar del Campo. Eran copropietarios de una mina de plata, además de grandes extensiones de tierra. Eran muy honrados y cristianos piadosos, a juicio de Fray Luis de Granada.

En Almodóvar aprendió las primeras letras, la doctrina cristiana y algo de gramática y humanidades. Un día, para ir a la escuela, su madre le puso un sayo de terciopelo negro con unos birretes amarillos. En el camino se encontró con otro niño que llevaba un sayo muy roto y, ni corto ni perezoso, se quitó el suyo y se lo puso al otro niño. Cuando regresó a casa y su madre le vio con otro sayo, le dijo que qué había hecho con el suyo. A lo que respondió: “se lo di a un niño que tenía éste tan roto y sucio”.

En su infancia ya demostró su amor a la pobreza y austeridad. Una vez sus padres fueron a rezar a la Virgen de Guadalupe y le dejaron en casa de unos amigos. Le acostaron en la cama, pero él salió de la habitación y se fue a dormir a otro lugar donde había gavillas de sarmientos, para dormir sobre ellos.
Más aún, a los diez años pidió a sus padres le señalasen en su casa un aposento para él. Preguntándole para qué lo quería respondió, que no quería que no le estorbase nadie cuando rezaba a Dios... para estar a solas.



Espíritu de pobreza y austeridad que le habían enseñado sus padres y había aprendido en la doctrina cristiana. Dice la tradición que su madre, durante el embarazo, los jueves y viernes sólo hacía una comida. Y que él, durante la lactancia también los jueves y viernes sólo mamaba una vez.

Amor a la pobreza que viviría intensamente tras cantar misa a los 26 años. Lo hizo en Almodóvar en homenaje a sus padres -ya fallecidos- e invitó a la comida a doce pobres y nadie más. Vendió todos sus bienes, que eran muchos, y se lo dio a los pobres.

Santa Teresa, su gran amiga, siendo niña, se marchó de casa con otro hermano. “Camino de tierra de moros para que nos matasen y así ir al cielo”, dijo a su tío que les encontró y a sus tristes padres.

Y es que los niños, viven lo que se les enseña. O lo que han leído de la vida de los santos. 

Germán García Ferreras

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