martes, 11 de octubre de 2011

Pararse... a pensar

Jueves 29 de septiembre. Vuelvo a casa. Acabo de ver la película El árbol de la vida. Muy rara a ratos, desconcertante por momentos... y una fascinante metáfora sobre la vida, sobre lo que es importante y sobre lo que no lo es. Es, como leí en una crítica, “una experiencia fílmica que, como la fe, se asienta más en la intuición que en la racionalidad; una dualidad que conforma toda la existencia humana y que por ello patentiza sus tensiones a lo largo del relato: mente y corazón, divinidad y naturaleza, padre y madre, sumisión y libertad, sufrimiento y gozo...”. Voy dando vueltas a todo el sufrimiento que hay en la vida del protagonista... y en la esperanza que nace del DIÁLOGO con su padre y con el PADRE... pero el Telediario me da un golpe de realidad.

En una parroquia de Madrid, Iván, de 34 años y con múltiples antecedentes penales, tras tirotear a Rocío, de 36 y embarazada de casi nueve meses, y a Mª Luisa, de 52... se ha suicidado ante el altar. Rocío ha muerto, Mª Luisa está muy grave... y el niño... Una cesárea de urgencia ha conseguido salvar su vida por el momento. El niño -que tenía que conocer a su madre en pocos días- tiene un futuro muy difícil. La policía ha encontrado en casa de Iván  un papel en el que ponía “el demonio me persigue” y otro en el que afirmaba “no tengo para comer. No tengo trabajo”.


Esta misma tarde, en Jaén, Ruth, de 30 años, ha ahogado Álvaro y a Alejandro -sus hijos, de 3 y 11 años- en la bañera de casa. Según los vecinos padecía depresiones.

Hechos como estos no admiten justificación. Pero no me extrañaría nada que Iván y Ruth llevarán varios días -o meses- reconcomiéndose en sus propios pensamientos, sin hablar con alguien. No me refiero a un “hola” y “adiós”. Me refiero a hablar para llegar a algún sitio, para encontrar algo que estamos buscando, o buscar algo que hemos perdido. Para hallar algo que centre mi vida, cuando esté descentrada. Me refiero a HABLAR con otra persona, y me refiero a hablar CON DIOS.
Esta manera de vivir que nos hemos inventado hace que cada vez vivamos más de espaldas a las necesidades de nuestros hermanos. En la gran ciudad -y puede que en los pueblos también- vivimos solos... rodeados de gente.

Tenemos que parar, tenemos que pensar diez minutos -o lo que cada uno necesite- y tenemos que cambiar de actitud. Creo firmemente que TODOS somos -aunque sea en una ínfima parte- responsables de TODO lo que pasa en nuestro mundo. Y también podemos contribuir a cambiarlo.

Quizás, podríamos empezar por sonreír al vecino con el que nunca hablamos... Nos estamos jugando mucho.

Domingo Pérez

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