Qué es
la Cuaresma. La
Cuaresma es el tiempo del año litúrgico destinado a la preparación para la
celebración del misterio pascual de Cristo. Comienza el miércoles de ceniza y
termina en la tarde del jueves santo, justo antes de comenzar la “Misa en la
Cena del Señor”. Según el Papa San León Magno, la Cuaresma es «un retiro
colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus
fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la
celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una
práctica perfecta de la vida cristiana». El Catecismo de la Iglesia Católica
retoma esta idea y la expresa de la siguiente manera: «La Iglesia se une todos
los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús
en el desierto» (n. 540).
En
efecto, la duración de cuarenta días recuerda el tiempo que pasó Jesús en el
desierto, preparándose para su misión de anunciar a las gentes el Evangelio del
reino de Dios. En las lecturas de los cinco domingos del tiempo de Cuaresma,
más el domingo de Ramos, son dominantes los temas de la conversión, de la
penitencia, del pecado y del perdón de Dios al hombre. Es por excelencia el
tiempo de conversión y de penitencia del año litúrgico. Por eso no se canta el
“Gloria” ni el “Aleluya” en las misas, que se reservan para expresar la alegría
de la gran fiesta de la Pascua. Igualmente, el color litúrgico de las
vestiduras sacerdotales y de los adornos del altar es el color morado, que en
la cultura occidental está asociado al duelo, a la penitencia y al sacrificio.
La ceniza es en la Biblia un signo de
penitencia. Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se
sabían en pecado o querían purificarse, se cubrían la cabeza de ceniza y se
vestían con un saco de tela áspera. Nos lo atestigua el profeta Jeremías al
decir: «Vístete de saco, hija de mi pueblo;
revuélcate en la ceniza. Llora como se llora por el primogénito, llora
amargamente, porque de repente vendrá sobre nosotros el invasor» (Jer 6, 26). El ejemplo típico es el
de Nínive ante la predicación de Jonás: «Los ninivitas creyeron en Dios,
ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza» (Jon 3, 5-6). Con la aceptación de la ceniza sobre
nuestras cabezas nos reconocemos pequeños, caducos y
pecadores, necesitados del perdón y de la salvación de Dios, pues venimos del
polvo y al polvo volveremos.
El rito de la imposición de la ceniza
es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a
recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te
convertirás», o bien «Conviértete y cree en el Evangelio». Las dos fórmulas se complementan,
pues la primera nos recuerda la caducidad de la vida humana, la segunda apunta
a la actitud de conversión interior, la actitud específica de este tiempo
penitencial.
Las obras de penitencia. La Cuaresma, en contra de lo que se
piensa frecuentemente, no debe ser un tiempo triste. Al contrario, debe ser un
tiempo iluminado por el deseo de participar en el misterio pascual de
Jesucristo: unidos por el bautismo y la eucaristía a su muerte, vivimos ya
muertos al pecado, a la espera de resucitar gloriosamente con él a la vida
eterna.
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