Quién es el Espíritu Santo. En el Credo decimos cada domingo: «Creo en el
Espíritu Santo, Señor y dador e vida, que procede del Padre y del hijo, y que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas». El Espíritu Santo, en palabras de Benedicto XVI, «es la fuente de
nuestra vida nueva en Cristo, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al
Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas
de la gracia de Dios que nos rodean». El Espíritu Santo, la tercera persona de
la Santísima Trinidad, se da a conocer en la vida de Jesús y en la de su
Iglesia.
El Espíritu Santo en la vida de Jesús. En el relato de la Anunciación, según lo narra el
evangelista San Lucas, el mensaje que el ángel transmite a María consiste en la
elección que Dios ha hecho de ella para que sea la madre del Mesías esperado
por Israel. Pero, ante la duda de María de cómo podría ser esto, por no haber
tenido relación con un varón, Gabriel le revela el contenido profundo de su
mensaje: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios»
(Lc 1, 35).
El Espíritu Santo fecundará las entrañas de María; por eso su hijo no será
solamente un hombre enviado por Dios para ser su heraldo en la tierra, sino el
mismo Hijo de Dios, que se hará hombre en su seno. El villancico popular
acertará plenamente cuando canta: «Díme, niño, de quien eres, todo vestidito de
blanco. Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo».
El Espíritu Santo en la Iglesia primitiva. Tras la muerte de Jesús en la cruz todo parecía
haber terminado. Los apóstoles están preparando la marcha hacia Galilea, su
región de origen, para volver a su trabajo anterior. Pero, poco tiempo después,
tiene lugar algo inesperado. De nuevo, la fuerza divina irrumpe sobre la
tierra, impulsando a aquellos hombres temerosos a comenzar la ingente labor de
anunciar el Evangelio de Jesucristo por toda la tierra. El evangelista San
Lucas nos lo contará en su libro Hechos
de los Apóstoles: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hech 2, 4).
En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por voluntad humana, sino por la
fuerza del Espíritu.
Y para que no se olvidase el recuerdo del mensaje
de Jesús y el testimonio de su muerte y resurrección en favor de los hombres,
antes de que muriesen los testigos directos de estos hechos, «los mismos
apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la
salvación inspirados por el Espíritu Santo» (Vaticano II, DV 7). El Espíritu Santo es la Palabra que sale a nuestro encuento en los
escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
El
Espíritu Santo en la Iglesia actual. En nuestros días, el Espíritu
Santo sigue llevando a cabo calladamente la obra de santificación de los
discípulos de Jesucristo y guiando a la Iglesia hasta su consumación en el
reino de los cielos. Cuando el sacerdote derrama agua sobre la cabeza de un
niño, invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es este mismo Espíritu
el que continúa la obra de Jesucristo, haciendo del neófito un hijo de Dios por
adopción e infundiéndole la gracia santificante, que borra la herencia del
pecado original. Cuando el Obispo marca la frente del joven con la señal de la
cruz, dice al confirmando: «recibe
por esta señal el don del Espíritu Santo» y el
chico o la chica salen fortalecidos con la gracia del Espíritu para ser testigos
de Cristo en el mundo. Y cuando se celebra la Eucaristía, al poner el ministro
sus manos sobre el pan y el vino, invoca también al Espíritu Santo diciendo: «te pedimos que santifiques estos dones con
la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de
Jesucristo, nuestro Señor». Lo mismo podríamos decir de los
restantes sacramentos.
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