En 1959 las Mujeres de Acción Católica Española promovieron la I Campaña contra el hambre, respondiendo al llamamiento de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas para remediar las tres hambres que afligen el mundo: «hambre de pan, hambre de cultura y hambre de Dios». Proponían un día de ayuno voluntario en el primer viernes de cada Cuaresma. Lo consideraron no sólo como un gesto de solidaridad con los necesitados, sino también como una eficaz identificación que les ayudaría a experimentar en su propia persona las penalidades que padece el que tiene hambre. A esto le seguiría espontáneamente una limosna a favor de los más necesitados, naciendo así la colecta anual pensada para ayudar a financiar proyectos concretos de desarrollo en el Tercer Mundo que se ha incrementado progresivamente año tras año. Eran los comienzos de MANOS UNIDAS, que hoy trabaja en los cinco continentes.
No hay muchas instituciones con presencia internacional que, llevando el Evangelio en la mano, sepan penetrar en las entrañas de la sociedad sufriente. Manos Unidas, sin dejar de ser Iglesia, trabaja por la construcción de un mundo nuevo. Y la sociedad, muy a menudo, se lo reconoce. También sabemos, -como nos decían, hace ya más de 50 años, las Mujeres de Acción Católica- que «el único obstáculo insuperable en la lucha contra el hambre sería creer que la victoria es imposible». Por ello, Manos Unidas nos invita a los movilizarnos y solidarizarnos con los millones de personas para quienes comer no es una cuestión de horario ni de apetencia, sino un ejercicio diario de supervivencia.
Difícilmente podremos saciar el “hambre de pan, de cultura y de Dios” sin atender al lema que este año nos propone Manos Unidas para su LIV Campaña Anual: NO HAY JUSTICIA SIN IGUALDAD. Lema que pone su causa en el trabajo de reconocimiento de la igual dignidad del hombre y la mujer, que nos permitirá construir un mundo más justo y el pleno desarrollo de todos.
Debemos hacer una llamada a la conciencia de la sociedad para que colabore en la defensa del desarrollo integral de cada persona y de todos sus derechos, gravemente conculcados en un mundo donde muchas mujeres son víctimas de la violencia, son objeto de explotación económica, carecen de libertad, de capacidad para tomar las mismas decisiones que el hombre o de ser titular de los mismos bienes.
Porque no hay justicia sin igualdad. Porque el hombre y la mujer, imagen de Dios, tienen la misma dignidad; en su diversidad se complementan y son plenamente capaces de una mutua colaboración en cualquier ámbito de la vida. En virtud de esa dignidad, ambos tienen los mismos derechos fundamentales, cuyo reconocimiento implica un deber correlativo, sin el cual los derechos serían algo arbitrario.
Acabar con la desigualdad y favorecer que la mujer tenga capacidad para orientar responsablemente su vida, participar en la gestión de los recursos, en la política... son objetivos prioritarios para conseguir erradicar la pobreza. Y de esta necesidad es buena conocedora Dña. Soledad Suárez, Presidenta de Manos Unidas, cuando afirma que «la mujer es agente fundamental de desarrollo, familiar y social, y sabemos que juega un papel decisivo en el ámbito económico. La desigualdad que padece, el hecho de que se le impida el ejercicio de tantos derechos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria en el mundo; y de hecho, en los países donde hay una distribución más equitativa de los recursos, hay menos problemas de pobreza y de hambre».
Nuestro mundo en crisis -en “casa” y en tantos y tantos países del Sur- está necesitado de aquello que el Beato Juan Pablo II definió como el «genio femenino», en su encíclica Mulieris Dignitatem, de la que en 2013 se cumple el 25 aniversario de su publicación. Está necesitado de esa capacidad para ver lejos, intuir y ver con los ojos y el corazón. Genio femenino que no es una serie de dones extraordinarios encarnados en mujeres extraordinarias... sino dones vividos por mujeres simples que los encarnan en la normalidad del vivir cotidiano. Genio femenino que es condición indispensable para una profunda transformación de la civilización actual. Genio femenino en definitiva que ve en María su máxima expresión y encuentra en Ella una fuente de continua inspiración: Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor.
No hay justicia sin igualdad. Y sin igualdad -acordándonos de aquel cuento infantil- no podremos liberar al «Genio femenino» que tanto necesitamos.
Hago mías las palabras del Santo Padre Benedicto XVI, y quiero dirigirlas en especial a la gran familia de Manos Unidas en la diócesis de Palencia: «Te doy gracias, mujer, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del “misterio”, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad [...] Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas».
Con mi afecto y bendición.
+ Esteban
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