24 de febrero de 2013 - II Domingo de Cuaresma
- Gén 15, 5-12. 17-18. Dios hace alianza con el fiel Abrahán.
- Sal 26. El Señor es mi luz y mi salvación.
- Flp 3, 17-4, 1. Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso.
- Lc 9, 28b-36. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.
El relato de la transfiguración, segundo domingo de Cuaresma, culmina el ministerio de Jesús en Galilea y se anuncia el tema del camino hacia Jerusalén. Jesús es proclamado Hijo de Dios, pero esta revelación es interpretada como un éxodo: «Moisés y Elías hablaban de su muerte que iba a culminar en Jerusalén», un camino de “debilidad” de Jesús hacia la gloria de su resurrección. Por otra parte los discípulos no entienden este camino sufriente de Jesús, necesitan explicación, ánimo, tiempo. Y entre esos discípulos estamos hoy nosotros, que el domingo anterior hemos iniciado el itinerario hacia la Pascua con el relato de las tentaciones.
El evangelista san Lucas subraya que Jesús subió al monte «para orar», juntamente con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y “mientras oraba”, se verificó el luminoso misterio de la transfiguración. Jesús se retiraba con frecuencia a orar. Pero sólo aquella vez quiso manifestar a sus amigos la luz interior que lo colmaba cuando oraba: su rostro se iluminó y sus vestidos dejaron trasparentar el esplendor de la Persona Divina del Verbo encarnado. Pero Jesús en su diálogo íntimo con el Padre, tanto en monte Tabor, como en el de los Olivos, no huye de la misión por la que ha venido al mundo, aunque sabe que para llegar a la gloria deberá pasar por la cruz.
“Jesús está solo ante el Padre. ‘Jesús solo’ es todo lo que debe bastar para el camino”. ¿Cómo es mi oración, me pongo en manos de Dios con amor filial?
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