martes, 19 de febrero de 2013

La codicia

El diccionario es claro al definir la codicia: “Deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente riquezas o bienes... de poseer o lograr una cosa inmaterial, especialmente algo bueno”. Y San Juan de Ávila al hablar del “lenguaje del demonio”, escribe: “Los lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para engañar, que son innumerables”. Y repite muchas veces la palabra “codicia”.

“Si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen también la desordenada codicia de los devotos sentimientos del alma, como dejan la codicia de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que viven y no hallaría el demonio codicia en qué asir, como cabellos, como sus engaños”. No sólo hay codicia por los bienes temporales y riquezas, sino que hay otra codicia que tiene por objeto los bienes del espíritu desordenado.


Escribe nuestro santo y doctor de la Iglesia: “No te aflijas por falta de devoción, pues no se miden nuestros servicios por la devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, sino un ofrecimiento de voluntad a lo que Dios quiere que hagamos”. Sus afirmaciones son claras y firmes: “Desnudo murió Jesucristo y desnudos nos hemos de ofrecer a Él y sola nuestra vestidura ha de ser su santísima voluntad, sin mirar a otra parte”. Y nos anima a “conformar nuestra voluntad con la de Dios”.

Por eso no extraña que santa Teresa, dejase escrito en el libro de Las Fundaciones: “Está el mundo perdido de codicia”. Y una de sus Exclamaciones a las monjas reza: “¿Cómo puede dejar de tener gran sed el que se está ardiendo en vivas llamas de las codicias de estas cosas miserables de la tierra?”.

Es impresionante el interrogante de San de Ávila: “Decidme doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por consolaciones y gustos de alma que servirle por dinero, qué más por cielo que por tierra, si el postrer paradero es mi codicia?”

Sólo el cumplimiento de la voluntad de Dios podrá libramos de la codicia... este lenguaje con que el demonio procura engañarnos más y mejor.

Germán García Ferreras

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