El domingo 3 de junio, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y, por ser imagen clara de este misterio, celebramos la jornada “Pro Orantibus”, un día para que valoremos y agradezcamos la vida de los monjes y monjas, que se consagran enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio. Por extraño que parezca, esta vida es fuente de alegría. En una sociedad tan televisiva como la nuestra, en la que vamos aprendiendo a transitar por la historia sin interioridad, nos parece que lo importante es vivir entretenidos, nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos sólo de pan. Corremos el riesgo de pensar que el silencio, la penitencia y la oración son cosas de otros tiempos. Ya sé que esto suena demasiado fuerte y que no es verdad del todo. Sin embargo, a muy pocos se les ocurre vivir la contemplación de Dios para encontrar la belleza, el amor, el sentido de la vida.
Los monjes y monjas entran en contacto con la luz de Cristo. La oración los hace transparentes a Dios.
El lema de este año es la frase del salmo 34: “Contempladlo y quedaréis radiantes”, y continúa con una evidencia evangélica y una urgencia del momento que vive la Iglesia: la contemplación, luz de la nueva evangelización. A San Pablo le dijo el Señor: “¡Ánimo, lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que ir a darlo en Roma”. A los monjes y monjas de hoy se les dice: “lo mismo que habéis dado testimonio de la belleza y el amor de Dios en épocas anteriores, tenéis que darlo ahora”. La solución está a vuestro alcance: sed mejores contemplativos, pero contemplativos de ojos abiertos. No vale cerrar los ojos y contemplar a un Dios a mi medida y un hombre del pasado con el que parecemos sentirnos más cómodos. Si cerramos los ojos ante Dios y ante el mundo por él creado y redimido, sólo contemplaremos nuestros miedos. Dios nos quiere evangelizadores en el hoy. Para eso hay que abrir los ojos a la luz de Dios sin tenerla miedo. Dios nunca quita nada, lo da todo. Y, además, Dios es la belleza y contagia belleza porque da paz al rostro y nos quita las arrugas de la crispación. Que el Espíritu Santo nos de fuerza para atrevernos a subir el monte de la contemplación. No sé si viene a cuento recordar que el Apocalipsis habla de un colirio “especial” para los ojos.
Ginés Ampudia
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