El pasado 23 de mayo, miércoles, un árbol bueno salvó la vida de un niño travieso, un senegalés de cuatro años que cayó de un noveno piso.
Fue en la población madrileña de Fuenlabrada, donde hay muchas colmenas de hormigón, altas como rascacielos y feas como fantasmas nocturnos. Y también hay -menos mal- algún que otro árbol de amplias ramas y mullidas hojas en avanzado estado de primavera.
El niño no estaba solo. Su madre andaba ocupada en las faenas de la casa. Pero ustedes ya saben lo que son los niños. El caso es que el pequeño se encaramó sobre las rejas del balcón, porque vio un pájaro que le invitaba a volar. Los niños ven, imaginan y no lo dudan; toman decisiones sin pensarlo. No son igual que los mayores, que dudamos mucho, vemos poco y apenas imaginamos nada.
Un ángel de la guarda que pasaba por allí, lo cogió enseguida, avisó a una ambulancia, y lo llevaron al hospital. Los peatones y automovilistas comentaban: “¿Cómo es posible que haya sobrevivido, si lo hemos visto caer al vacío?”.
Pues ha sobrevivido. Ni siquiera se ha asustado. Cuentan que, cuando abrió los ojos, lo primero que preguntó fue por el pájaro. Naturalmente, así debe ser. Un pájaro es más interesante que una guardería. Y muchísimo más que un hospital. Guarderías y hospitales son jaulas donde los niños se aburren, porque no pueden correr, ir a donde quieren, ni mucho menos volar.
¿Ustedes se han preguntado por qué los caballos, si ven a un niño tirado en el suelo, no lo pisan? En cambio, un coche, a toda velocidad, puede pasar por encima no de un niño, sino de todo un colegio de niños. Un perro, si no es una fiera salvaje, juega y se divierte con los niños: sobre todo, con los más pequeños.
Pero a los adultos nos cansan mucho los niños: preguntan constantemente, cambian de conversación enseguida, y cuando tú piensas que has hecho alguna amistad con ellos, enseguida escapan y echan a volar detrás de un pájaro o una mosca que han visto pasar.
¿Por qué? Porque son niños. Lástima que ahora, con la crisis, muchos de ellos anden rondando el umbral de la pobreza. Por algo Jesucristo puso a los niños en el centro de sus comparaciones.
La miseria no tendría que existir. Al menos, para los niños que no la han creado. De existir la miseria, sólo tendrían que conocerla esos opulentos y precavidos señores que se llevan el dinero a Suiza y otros así como ellos que solo entienden de dividendos y de cómo exprimir más a los pobres y a los niños ya exprimidos. Pero no nos enfademos ahora. Cuando escribo esto, dicen que el niño ha vuelto a casa sano y salvo.
¿Saben ustedes lo primero que ha hecho, antes de subir al noveno piso? Dar un beso al árbol bueno que le salvó la vida. Dios, hoy, sonríe abiertamente. Pero la madre del pequeño anda muy atareada poniendo una altura más al balcón de la casa. Porque el crío lo que se dice “arrepentido”, no lo está. Y, además, sigue aburriéndose mucho en el noveno piso de la mencionada colmena. Y eso que su madre le ha comprado una jaula con un pájaro dentro, tan aburrido como él. Y hasta le enseña a darle de comer. Pero no es lo mismo. Porque el niñito senegalés lo que más desea es perseguir pájaros por el cielo azul de Fuenlabrada.
Eduardo de la Hera Buedo
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