Es la hora del sueño, del reposo y de la espera. Envuelta en una blanca sábana, la Vida descansa en un sepulcro nuevo. Una gran piedra sirve de centinela, para que nadie perturbe el silencio sereno de los tres días...
Escuchad, y oiréis que los pájaros cantan en los árboles del huerto. Es como una coral de jilgueros que aguarda la gran amanecida. Toda la creación vela el sueño del Justo. Se han callado los olivos, han cerrado sus pétalos las flores, están de luto las amapolas. Pero, ¿por qué tarda tanto en aparecer el lucero de la mañana?
En el aire tibio de la primavera, se estremece la tierra recién sembrada. Ha llegado la hora del alumbramiento. Vedlo ascender. Es el mismo que anteayer colgaba del madero. Es él, el Cristo, nuestra Pascua para siempre. Lo han visto María de Magdala y Simón Pedro, lo han visto Juan y los otros discípulos. Empiezan, también ellos, a resucitar...
La vida del Resucitado triunfa en él y también en nosotros. Es una vida nueva, que nos introduce en la eterna, la que esperamos en plenitud “más allá”. ¡Despertad, trompetas, a la aurora! ¡Despertad, cristianos agónicos, mortecinos, siempre con lamentos! ¡Despertad, ángeles pascuales, tocad todas las trompetas, voltead todas las campanas!
Mensajeros de alegrías, contad a los “profetas de calamidades” lo que habéis visto y oído: que el sepulcro está vacío «Ved dónde lo pusieron» (Mt 28, 6)
¡Pregonadlo a los cuatro vientos! ¡Qué gran noticia de primera página se pierden los periódicos, hoy, en la mañana de Pascua! ¡Que esta noticia ahuyente las tinieblas de la noche, de todas nuestras noches! «Padre, en tus manos» -le hemos oído decir antes de morir. ¿Oísteis el grito? Cristo gritó antes de morir (cf. Mt 27, 50). Tal vez para romper nuestra sordera y despertarnos del prolongado letargo. Sí, tenemos el oído duro. Casi tanto, como el corazón.
¡Despertemos, hermanos, a la vida! Sus llagas nos han curado. Su muerte nos ha salvado. Su resurrección es la vida que disfrutamos ahora y en la que hemos entrado para siempre.
¡Mensajeros de alegrías, contad a los tristes y abatidos lo que habéis visto y oído! ¡El sepulcro de Cristo está vacío! ¡Que la gran noticia ahuyente las tinieblas de esta noche, de todas nuestras noches!
Eduardo de la Hera
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