Si digo que “Dios es esencial”, tal vez más de uno me replique con razón: ”¡Claro, Dios no va a ser algo accidental! Dios siempre fue Alguien, lo más excelso que cabe decir y pensar”. Y sin embargo mucha gente prescinde de Dios en nuestro tiempo.
Jean Guitton, francés fino, católico inquieto, al final de sus largos años (murió con 97 años), nos dejó un librito que invita a la reflexión, como todo lo suyo. Se titula “Silencio sobre lo esencial”. Hoy, me parece un libro profético...
¿Qué es “lo esencial” para Jean Guitton? Como para casi todo el mundo, lo esencial son las cuatro fundamentales verdades que sostienen el edificio de nuestra vida. Son pocas, pero muy necesarias. Entre ellas está la fe y el trato frecuente con Dios.
Con Dios pasa algo parecido a lo que ocurre con el tema de la muerte: otra verdad esencial, universal y contundente, piedra de toque de nuestra fe. Sobre la muerte también preferimos no hablar. Pero si hablamos de la vida, ¿por qué no hablar también de la provisionalidad de la vida? Tal vez la valoraríamos más.
Por otra parte, es extraño constatar cómo crece el silencio sobre Dios cuanto más parlanchines, vocingleros y propagandistas nos hemos vuelto. Se habla mucho de lo que debería importar menos. Y se calla sobre lo esencial. Mensajes en los teléfonos, tertulias en los medios, opiniones sobre el último partido de fútbol, cuando ya se está preparando el siguiente. Todo el mundo opina sobre lo que es pasajero. Pero pocos aportan razones para afrontar con esperanza el desierto de la vida.
Henry de Montherlant, académico francés, decía que nunca le habían hablado de Dios en el colegio. Extraño silencio. Sobre todo, cuando algunos buenos pensadores nos han dicho que Dios no sólo es el primer objeto de la fe, sino también el objeto último de la razón. ¿Pero dónde están, hoy, los buenos pensadores?
Hoy priman las ciencias, la técnica y la economía. Así las cosas, la cuestión de Dios parece una cuestión menor; una cuestión fuera de lugar y de temporada. Una cuestión apta sólo (y gracias) para sentimentales o para ser enterrada en las conciencias y relegada al mundo de lo privado.
Dice Jean Guitton: “¿Ha habido desde la edad de las cavernas una época sobre este planeta en la que Dios haya estado más enterrado?”.
Permítanme decir: Urge tomar con amor y respeto entre nuestras manos el nombre de Dios, abrillantarlo (si es que estaba oscurecido) y ponerlo en el lugar que le corresponde. Un lugar esencial en la vida.
Nunca, en el cuarto trastero.
Eduardo de la Hera
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