El día 11 de octubre de este año, el Papa Benedicto XVI
publicó una “carta apostólica” con el título de Porta fidei (la puerta de la
fe), palabras que recuerdan la predicación de San Pablo y Bernabé en la ciudad
de Antioquía, en lo que hoy es Turquía: “A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a
contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a
los gentiles la puerta de la fe” (Hch 14, 27).
El fin de esta carta que el Papa ha dirigido a los católicos
del mundo entero es “convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de
2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y
terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre
de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los
veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica,
promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de
ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. [...] Y precisamente
he convocado la
Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de
octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión
de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo
eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe”.
En el mes de octubre del próximo año, fecha en la que se
iniciará este “año de la fe”, concurren, como dice el Papa, tres grandes
conmemoraciones eclesiales: el cincuenta aniversario de la apertura del
Concilio Vaticano II, los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica
y el comienzo de un Sínodo en Roma sobre el tema de “La nueva evangelización
para la transmisión de la fe cristiana”. Conmemoraciones todas ellas
relacionadas y que tienen como común denominador la revitalización de la fe
cristiana en una sociedad marcada por la indiferencia religiosa y por la
secularización.
La conmemoración de la apertura del Concilio Vaticano II
puede ser la ocasión para que sacerdotes, consagrados y fieles laicos recuerden
que “los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las
palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es
necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como
textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más
que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado
en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para
orientarnos en el camino del siglo que comienza».
El Catecismo de la Iglesia Católica
es “uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución
apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II
escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de
renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la
enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la
comunión eclesial».
Precisamente en este horizonte, el año de la fe deberá
expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos
fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el
Catecismo de la
Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la
riqueza de la enseñanza que la
Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil
años de historia”.
Finalmente, el comienzo de un Sínodo, o sea una reunión de
obispos del mundo entero, sobre el tema de “La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana”, es un momento de esperanza para ese occidente
en el cual «enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la
vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe
viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra
vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del
indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países
y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el
consumismo -si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y
miseria- inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios”.
Yo animo a todos los católicos palentinos a tomar muy en
serio este tiempo de gracia que ahora estamos comenzando a vivir. El recién
estrenado Plan de Pastoral, la relectura de los textos más importantes del
Concilio, la formación en la fe a través de charlas y conferencias basadas en
el Catecismo de la
Iglesia Católica y el seguimiento de los trabajos del próximo
Sínodo sobre la nueva evangelización pueden proporcionarnos motivos para el
optimismo, puesto que “los hombres tienen necesidad de esperanza para poder
vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es el Dios que tiene
un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo [...] Sostenidos por la
fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos
cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13).
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