jueves, 10 de noviembre de 2011

Poner rostros humanos a la crisis

Hay muchas maneras de hablar de las cosas. Por ejemplo, no es lo mismo hablar de “crisis”, cuando alguien la padece en su propia casa, obligado a restringir al máximo el presupuesto porque no llega a final de mes, que hablar de “crisis” con un sueldo puntual alto o altísimo y, encima, sin cargas familiares. La situación desde la que se habla, es muy importante. Tanto, que condiciona lo que se dice.

Empecemos señalando que esto de la “crisis” se veía venir. Los estudiosos de los mercados nos lo habían anunciado. Nos decían, por ejemplo, que las grandes arcas de la Seguridad Social terminarían por agotarse, según cálculos estadísticos. Los únicos que, según parece, no lo veían venir eran los políticos. Ellos estaban muy atareados en “otras cosas”. Por ejemplo, haciendo campañas y organizando peleas electoralistas.

¿Y los banqueros? Esos, mucho peor. Como a ellos siempre les falta dinero (¡pobrecitos!), han estado en sus marrulleos, suplicando a los gobiernos más y más dinero público, para terminar muchos de ellos llenándose los bolsillos. O gestionándose prejubilaciones millonarias. Pero no teman ustedes, no se les va a caer la cara enrojecida. No saben lo que es la justicia social.


En una comunidad política, bien organizada y gestionada, se supone que debemos compartir equitativamente ganancias y pérdidas, éxitos y fracasos económicos. Todos debemos arrimar el hombro. Los de arriba y los de abajo, los de una profesión y otra. Derechos y deberes son correlativos. Pero ahora ya sabemos quiénes pagan las crisis. Los mismos que han pagado siempre.

Pero me aterra otra cosa. La pérdida de valores éticos. No pocos de los de abajo se quieren parecer a los que han hecho del despilfarro un deporte. Y también ellos, sin escrúpulos, arañan lo que pueden. Dicen que todo el mundo lo hace. Y el que no, es tonto. Y es que se nos ha llenado la boca de “derechos” (reales y supuestos). Y no pocos han olvidado que derechos y deberes están íntimamente relacionados. Tanto que no se pueden separar. Cuando escribo esto, en Roma, una protesta indignada ha quemado coches y arrojado a la calle imágenes religiosas. Ese tampoco es el camino...

Los cristianos deberíamos haber aprendido una cosa importante: el amor al prójimo no se nos debe esfumar o diluir en grandes y abstractas proclamas sin concreción alguna. Mucho menos, en protestas callejeras que no siempre arreglan cosas.

Decía Rousseau que algunos alardean de amar a todo el mundo, para tener después el derecho de no amar a nadie. A nadie concreto, con nombre y apellidos.

Aprendamos a poner rostros concretos a la crisis. Démonos una vuelta por donde, hoy, malviven los pobres. Jesús así lo hacía. Además del “Amaos”, dicho en ocasión solemne, se puso de rodillas delante de los suyos, y les lavó los pies. Pero es que, ante la pobreza socialmente instalada, Jesús buscó personas concretas: al ciego Bartimeo, al paralítico de Betzeda, y a una mujer, llamada María, natural de Magdala. Mientras tanto, los zelotas estaban quemando coches y cortando cabezas. Jesús también se enfrentó a ellos para decirles: “Ese no es el camino”.

Eduardo de la Hera

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