El Papa Francisco nos invita a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría Que brota del encuentro personal con Jesucristo, que transforma radicalmente la vida del creyente. Este deseo apremiante del Papa debe llevar también a nuestra Iglesia diocesana, desde la fidelidad al Evangelio y en la fidelidad a Jesucristo, a seguir transmitiendo la fe recibida. Eso es una programación pastoral: mirar dónde está nuestra Iglesia con espíritu de conversión y, poniendo nuestra mirada en el mismo Dios, pensar cuáles han de serlos caminos que nos llevan hasta Dios y también hasta el hermano en el territorio concreto de nuestra diócesis y en cada una de nuestras parroquias.
¿Cómo podemos transmitir la fe en nuestra época a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes y a los adultos? ¿Cómo crecer en unión entre nosotros? ¿Cómo sentirnos todos mucho más implicados en la pastoral de nuestra parroquia y de nuestra diócesis? ¿Cómo ayudar mejor a los que lo necesitan y sentirnos profundamente unidos a ellos en su necesidad? ¡Son tantas las preguntas que como comunidad de creyentes nos podemos hacer! Y solo una es la respuesta: Jesucristo.
Nuestra Iglesia diocesana debe estar siempre mirando al futuro. Mirando a Dios y mirando a los hombres de nuestra tierra. Fieles al Evangelio, que nos hace salir hacia el otro, el prójimo, el hermano, en cualquier situación en la que se encuentre: «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37), «Ve y diles» (Jn 20, 17). Esa es la clave del Evangelio.
Nuestra vida de creyentes es una vida en misión, que se encarna en los límites humanos. Como el Buen Samaritano, nuestra acción ha de estar orientada a sanar, curar y salvar a todos con el aceite y el vino de la salvación que restituye a todo hombre caído y abandonado, al que se le ha robado y quebrado su dignidad. Nuestra vida de creyentes es, a su vez, una vida que se hace anuncio, anuncio de aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Desde nuestra humildad hacemos presente al Señor resucitado.
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