A través de una carta, Mons. Esteban Escudero ha invitado a las Comunidades Religiosas de Vida Activa a participar en las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento, y la Eucaristía, en la Santa Iglesia Catedral de Palencia, el sábado 29 de noviembre, a las 17.30 h. Será una ocasión preciosa para, reunidos como Iglesia diocesana en torno a la mesa del Señor inaugurar este año de gracia.
Asimismo, invita a las Comunidades de Vida Contemplativa ha unirse, al mismo tiempo, en la oración a la Iglesia Diocesana y la Iglesia Universal.
Asimismo, invita a las Comunidades de Vida Contemplativa ha unirse, al mismo tiempo, en la oración a la Iglesia Diocesana y la Iglesia Universal.
Con el comienzo del Año Litúrgico, el próximo 29 de noviembre, arranca en toda la Iglesia Universal el Año de la Vida Consagrada convocado por el Papa Francisco. Un Año que estamos llamados a vivir diligentemente y que se inserta en el proceso de renovación espiritual y pastoral que el Papa está impulsando en la Iglesia de Cristo para todos los católicos.
En primer lugar este Año está pensado en el contexto de los 50 años del Concilio Vaticano II y, en particular de los 50 años de la publicación del decreto conciliar “Perfecta caritatis” sobre la renovación de la vida consagrada... Reconociendo en estos 50 años que nos separan del Concilio un tiempo de gracia para la vida consagrada, en cuanto marcados por la presencia del Espíritu Santo que nos lleva a vivir también las debilidades e infidelidades como experiencia de la misericordia y del amor de Dios… este año debe ser “una ocasión para recordar con memoria grata este pasado reciente”. Y aquí encontramos el primer objetivo del Año de la Vida Consagrada.
Con la mirada positiva sobre este tiempo de gracia que va del Concilio a hoy, se nos presenta el segundo objetivo... “abrazar al futuro con esperanza”. Somos conscientes de que el momento actual es “delicado y fatigoso” y que la crisis que atraviesa la sociedad y la misma Iglesia toca plenamente a la vida consagrada. Debemos asumir esta crisis como una ocasión favorable para el crecimiento en profundidad y, por tanto de esperanza, motivada por la certeza de que la vida consagrada no podrá desaparecer nunca de la Iglesia ya que “fue querida por el mismo Jesús como parte irremovible de su Iglesia”.
Esta esperanza no nos ahorra, y de esto son muy conscientes los consagrados, “vivir el presente con pasión”, y este es el tercer objetivo del Año... que será un momento importante para “evangelizar” la vocación propia y dar testimonio de la belleza del seguimiento a Cristo en las múltiples formas en que se desarrolla nuestra vida. Los consagrados recogen el testigo que les dejaron sus fundadores y... quieren despertar al mundo con su testimonio profético y... su presencia en las periferias existenciales de la pobreza y el pensamiento.
El logo para el año de la vida consagrada -obra de la pintora Carmela Boccasile- expresa en símbolos los valores fundamentales de la consagración religiosa. En ella se reconoce la «obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo» (Vita consecrata, 5).
En el signo gráfico que delinea la paloma se intuye en árabe «paz»: un llamado a la vocación de la vida consagrada a ser ejemplo de reconciliación universal en Cristo.
Las aguas, formadas por teselas de mosaico, indican la complejidad y la armonía de los elementos humanos y cósmicos que el Espíritu hace «brotar» según los misteriosos designios de Dios (cf. Ro 8, 26-27) para que converjan en el encuentro acogedor y fecundo que lleva a una nueva creación. La paloma vuela sobre las aguas del diluvio entre las olas de la historia (cf. Gn 8, 8-14). Los consagrados y consagradas en el signo del Evangelio peregrinos desde siempre viven entre los pueblos su diversidad carismática y diaconal como «buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4, 10); marcados por la Cruz de Cristo hasta el martirio, viven la historia con la sabiduría del Evangelio, Iglesia que abraza y sana todo lo humano en Cristo.
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