miércoles, 18 de julio de 2012

La verdad del amor humano

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha publicado el documento “La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”. A lo largo de seis capítulos, los obispos anunciamos de nuevo en este texto el evangelio del matrimonio y de la familia como un bien para toda la humanidad. A través este artículo sobre este tema tan significativo para los católicos y para toda la sociedad, yo quisiera explicar de manera sencilla algunos párrafos de este importante documento.

En primer lugar advertimos cada vez más extendida en amplios sectores de la sociedad, la valoración positiva del bien de la vida y de la familia; abundan los testimonios de entrega y santidad de muchos matrimonios y se constata el papel fundamental que están suponiendo las familias para el sostenimiento de tantas personas, y de la sociedad misma, en estos tiempos de crisis. Además cabe destacar las multitudinarias manifestaciones de los últimos tiempos en favor de la vida, las Jornadas de la Familia, el incremento de los objeciones de conciencia por parte de los profesionales de la medicina que se niegan a practicar el aborto, la creación por ciudadanos de redes sociales en defensa del derecho a la maternidad, etc. Razones para la esperanza son también las reacciones de tantos padres ante la ley sobre “la educación para la ciudadanía”. Con el recurso a los Tribunales han ejercido uno de los derechos que, como padres, les asiste en el campo de la educación de sus hijos. Hemos de reconocer que a la difusión de esta conciencia ha contribuido grandemente la multiplicación de movimientos y asociaciones a favor de la vida y de la familia.

Estas luces, sin embargo, no pueden hacernos olvidar las sombras que se extienden sobre nuestra sociedad. Las prácticas abortivas, las rupturas matrimoniales, la explotación de los débiles y de los empobrecidos -especialmente niños y mujeres-, la anticoncepción y las esterilizaciones, las relaciones sexuales prematrimoniales, la degradación de las relaciones interpersonales, la prostitución, la violencia en el ámbito de la convivencia doméstica, las adicciones a la pornografía, etc., han aumentado de tal manera que no parece exagerado afirmar que la nuestra es una sociedad enferma. Detrás, y como vía del incremento y proliferación de esos fenómenos negativos, está la profusión de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales; por ejemplo, la de la absolutización de la libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones la norma del bien y de la moralidad. Es indudable también que los hechos a que aludimos se han visto favorecidos por un conjunto de leyes que han diluido la realidad del matrimonio y han desprotegido todavía más el bien fundamental de la vida naciente.

Por ello, queremos advertir, en primer lugar, que el cuerpo y el alma constituyen una totalidad unificada corpóreo-espiritual que es la persona humana. Ésta existe necesariamente como hombre o como mujer. La persona humana no tiene otra posibilidad de existir. El espíritu se une a un cuerpo que necesariamente es masculino o femenino y, por esa unidad substancial entre cuerpo y espíritu, el ser humano es, en su totalidad, masculino o femenino. La dimensión sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la persona. No es un simple atributo. Es el modo de ser de la persona humana. Afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad. Los mismos rasgos anatómicos, como expresión de esa masculinidad o feminidad, están dotados de una significación objetiva: están llamados a ser manifestación visible de la persona.

El hombre es llamado por Dios al amor como persona humana sexuada. Por eso, si la respuesta a esa llamada se lleva a cabo a través del lenguaje de la sexualidad, una de sus consecuencias esenciales es la apertura a la transmisión de la vida. La sexualidad humana, por tanto, es parte integrante de la capacidad de amor inscrita por Dios en la humanidad masculina y femenina y comporta la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y -mediante la mutua donación- realiza el sentido mismo de su ser y existir.

Con la creación del ser humano en dualidad de sexos, [el libro del Génesis] afirma, entre otras cosas, el significado de esa sexualidad: el hombre es para la mujer y esta es para el hombre, y los padres para los hijos. La diferencia sexual es indicadora de la recíproca complementariedad y está orientada a la comunicación: a sentir, expresar y vivir el amor humano, abriendo a una plenitud mayor. El sentido profundo de la vida humana está en encontrar la respuesta a esta palabra original de Dios. Por eso, dado que la relación propia de la sexualidad va de persona a persona, respetar la dimensión unitiva y fecunda en el contexto de un amor verdadero -mediante la entrega sincera de sí mismo- es una exigencia de la donación interpersonal que hace el hombre a través de la sexualidad.

Por ello, convencidos de la belleza de esta realidad, que une la dignidad humana con la vocación al amor, insistimos de nuevo en la importancia que tiene vivir la verdad del amor humano en el ámbito de la sexualidad, tanto para las personas como para la sociedad entera.

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