miércoles, 15 de febrero de 2012

Haciendo surf

Esta semana he descubierto en la prensa un concepto que me parece bastante elocuente: el “Surfismo ideológico”.

Parece ser que el discurso de este “surfer” del pensamiento... es “tan vistoso y efectista, como vacío de contenido”. Es mutable y sigue la máxima oportunista del “soy de donde toca, en función de lo que quiero”... porque “nunca tiene la tentación de nadar hacia el fondo de nada, y siempre se mueve por donde sopla el viento”.

A poco que nos esforcemos podemos encontrar algún que otro ejemplo de estos “deportistas” en la vida pública y en la privada. Abundan ejemplos en el deporte, en la política, en el periodismo, en el barrio o en la Iglesia. Es lo que pasa cuando la norma máxima es que todo tiene que ser ponderable, respetable, y relativo. Todo es “según del color con el cristal con que se mira”.

¿Sobre qué tenemos cimentadas nuestras convicciones? ¿Sobre roca... o sobre arena? ¿Nos adaptamos con comodidad a los valores y antivalores en uso? ¿Contrastamos con criterios evangélicos los postulados del mundo y de la cultura moderna?



Estemos atentos. Ya nos lo advertía el entonces cardenal Ratzinger: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias”. Se imponiendo por vía de fuerza el principio de que todas las opiniones valen lo mismo, y por tanto, que nada valen en sí mismas, sino sólo en función de los votos que las respaldan.

No puede ser cierto que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen todo el respeto del mundo son las personas... pero no sus opiniones.

Estamos obligados a ayudar a los demás a mejorar sus opiniones, a cambiar sus convicciones, exhibiendo las razones que asisten a nuestras posiciones morales y sociales para permitirles que se pasen, si lo desean, a nuestro lado. Y esta norma también nos la tenemos que aplicar a nosotros mismos.

Es fundamental hacer una separación nítida entre pluralismo y relativismo. El relativista muchas veces no tiene el menor interés en escuchar (en el amplio sentido de la palabra) las opiniones de los demás... pues todas son válidas. En cambio quien ama el pluralismo afirma que caben diversas maneras de pensar acerca de las cosas... y que entre ellas las hay mejores y peores.

Y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo somos capaces casi siempre de reconocer la superioridad de una opinión sobre otra y de adherirnos a ella.

Domingo Pérez

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