viernes, 10 de febrero de 2012

La Ecología del Espíritu

Leo en el periódico “La Vanguardia” que el monasterio de Poblet, todo un símbolo de las raíces culturales y religiosas de Catalunya, ha inaugurado una planta fotovoltaica integrada en los techos del monumento. La noticia dice: “El silencio y la integración del turista en el espacio, prioridad en Poblet”. Pero permítanme la pregunta: ¿Un monasterio sólo para hacer felices a los turistas?

Sin duda que los monjes y monjas son acogedores y quieren la felicidad de todo el mundo. También quieren hacer felices a los turistas. Pero un monasterio es, ante todo, un espacio de silencio, de búsqueda de Dios, de oración. Tengo pánico al turista “curiosón” que todo lo fisga, todo lo patea, todo lo fotografía. Y al final, ¿qué? Al final sólo queda una colección de instantáneas para colgar en Internet. También sé que hay otra clase de turismo...

Hoy, nuestros buenos monjes y monjas se hacen las mismas preguntas: ¿Qué será mañana de nuestros religiosos contemplativos? Pero hay otra pregunta más radical: ¿Mañana habrá cristianos? ¿Sí? Pues habrá, también, vocaciones específicas a la vida contemplativa. Lo que mañana seamos los cristianos, será el futuro de los conventos y monasterios.


Ellas y ellos (los contemplativos) saben que tienen que encarar, además de los problemas generales de la secularización (al menos aquí, en Occidente), los problemas particulares (y hasta particularísimos) de su propia Congregación u Orden religiosa. Y esto, como ocurre en toda familia, no siempre es fácil.

Todos, en la Iglesia, tenemos el deber de hacer atractiva la vida religiosa. Sólo así jóvenes cristianos (convertidos a la fe), se decidirán a dar un paso ulterior a la vida consagrada y vivida en la comunidad de un convento. Y solo es atractivo lo que previamente se conoce. Así que el mejor marketing se llama “puertas abiertas”. Pero no sólo abrir las puertas a los apresurados e insaciables turistas. Hay que abrir las puertas a los propios jóvenes para que conozcan, hagan una experiencia de silencio y busquen, en un replanteamiento radical, el futuro de su vida.

Para hacer atractiva la vida religiosa, no tienen por qué rebajarse los niveles de exigencia. Los carismas y tareas de una familia son los que son. Si hoy no tienen atractivo, seguramente no será por culpa de los carismas, sino o bien porque no se saben ofertar o presentar debidamente, o porque los niveles de descristianización en las sociedades son tan profundos que retorna aquello (no precisamente alentador) de “predicar en el desierto”.

Otra cosa: renovación no es, desde luego, maquillaje externo, cura estética de adelgazamiento, introducir internet y “power point” en los conventos (aunque puedan ser magníficos medios). Renovación -dijo el Concilio- es acercarse a los problemas del mundo con la mirada de Cristo y su evangelio. Sólo permanecerá en un convento aquel que busca con autenticidad a Cristo y lo encuentra en una comunidad conventual.

Finalmente, habrá que hacer una llamada a la serenidad que pregonan los mismos muros del convento. Las reformas en la Iglesia (recuérdese a santa Teresa) se han hecho con inteligencia, buen humor y enormes dosis de realismo.

Sea bienvenida la reconciliación con la creación de Dios mediante el uso de la energía solar. Pero ahora que ya tenemos controlada la energía solar (y otras energías), planteémonos la ecología del espíritu, para poder respirar finalmente a pleno pulmón.

Eduardo de la Hera

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