domingo, 4 de diciembre de 2011

La identidad de la Escuela Católica

El punto 1.3 del Plan Pastoral 2011-2016 habla de la Enseñanza Religiosa Escolar y de la Pastoral en la Escuela Católica. La Iglesia pone al servicio de la sociedad un tipo de formación escolar que responde al derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral conforme a sus convicciones. Pero, al igual que los demás tipos de escuela, la escuela católica pretende también aquella enseñanza que hace posible el desarrollo integral del alumno, es decir, de sus capacidades intelectuales, sociales, afectivas y morales. Se trata, pues, de transmitir la cultura y las habilidades que hacen capaces al alumno de integrarse en el futuro en la vida social y laboral, pero proporcionándole al mismo tiempo la necesaria base humanística y religiosa que le dé un sentido cristiano a su vida.



En el documento de la Conferencia Episcopal Española, del año 2007, que lleva por título La escuela católica, se dan orientaciones precisas del Magisterio de la Iglesia para que una escuela pueda denominarse realmente “escuela católica”: «La persona de Jesucristo es el marco de referencia continuo del proyecto educativo católico. Esto conlleva una llamada al seguimiento de Cristo, que es además una llamada libre a adherirse a sus enseñanzas morales y espirituales» (n. 38). Por ello, «uno de los medios básicos para el desarrollo del proyecto educativo es la enseñanza de la religión católica, que ocupa un lugar primordial en la escuela católica, como área fundamental en el currículo de los alumnos /.../ La formación religiosa debe ser integrada en toda la acción educativa, no como algo añadido al proceso de enseñanza-aprendizaje, sino como elemento fundamental para el desarrollo evolutivo del alumno» (n. 41). La vida, el mensaje del reino, la doctrina moral, la muerte y la resurrección de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, constituyen contenidos fundamentales que deben transmitirse en todos los niveles e impregnar como trasfondo todas las restantes asignaturas.

Pero, con la enseñanza de la religión, común con la escuela pública, no termina el cometido de la escuela católica. Por eso se advierte claramente: «El servicio de la Iglesia culmina siempre en la celebración del don de Dios y de su Palabra que recibe en los sacramentos. /.../ El anuncio del mensaje y su servicio a la educación plena podría convertirse en mera propaganda si se elimina de la comunidad educativa la vida sacramental y celebrativa. El proyecto educativo cristiano incluye las necesarias ofertas para que los alumnos celebren el misterio de Cristo, reciban algunos sacramentos, de acuerdo con las orientaciones del obispo diocesano, y posean las ayudas adecuadas, fomenten y faciliten su relación con Dios en la oración y sientan el apoyo y la sintonía de los padres en el proceso educativo. Para ello, es necesario que la comunidad educativa coordine estas acciones con la parroquia de referencia a fin de canalizar la futura inserción parroquial de los alumnos» (n. 40).

Ahora bien, en un libro reciente sobre la educación en la escuela católica, que ha tenido un cierto eco en algunos ámbitos educativos confesionales, puede leerse una propuesta muy distinta: «Lo que tradicionalmente hemos denominado “pastoral educativa” o “pastoral escolar”, con sus ofertas y formas de funcionar de siempre, no da respuesta a los retos que nos plantean los adolescentes de la Educación Secundaria Obligatoria hoy. La presencia de alumnos pertenecientes a otras tradiciones religiosas, el creciente número de alumnos que se consideran no creyentes y los cambios que hemos señalado en el seno de la sociedad española, generan esta necesidad de una educación de la interioridad concebida como marco educativo y no como mero parche. Por esta razón, la pastoral deberá ser en los colegios confesionales un apartado dirigido específicamente a aquellos de nuestros alumnos que manifiesten inquietudes religiosas de carácter cristiano. Junto a ello y previo a ello, la educación de la interioridad sería en sí una forma de educar, un proyecto educativo que se dirigiría a todos: creyentes y no creyentes... (La interioridad) entendida en referencia inmediata a la oración, se convertiría en un contenido sólo propuesto a aquellos alumnos que muestren un interés por lo religioso».

Un programa educativo como el que se propone en este texto es sencillamente una desviación del espíritu fundacional de los promotores de las congregaciones religiosas, cuyo carisma quiso ser, y sigue siendo, la educación humana y cristiana de la juventud.

A pesar de estas propuestas, para la escuela católica, la mayor parte de las veces regentada por religiosos o religiosas, es cierto el reconocimiento que hace de ella el Papa Benedicto XVI: «Los centros de estudio promovidos por entidades católicas dan una contribución singular -que ha de ser reconocida- a la promoción de la cultura y la instrucción. Además, no se debe descuidar la enseñanza de la religión, formando esmeradamente a los docentes. Ésta representa en muchos casos para los estudiantes una ocasión única de contacto con el mensaje de la fe». (Verbum Domini, 111). Así de claro.

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