domingo, 25 de diciembre de 2011

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

25 de diciembre 2011 - Natividad del Señor

- Is 52, 7-10. Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
- Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
- Hb 1, 1-6. Dios nos ha hablado por el Hijo.
- Jn 1, 1-18. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Es Navidad, la emoción de saber que Dio ha nacido en medio de nosotros nos deja el alma y el corazón despierto. En la misa del día de Navidad leemos siempre el Prólogo del evangelio de San Juan, que no narra el nacimiento de Jesús- como San Lucas 2,1ss- pero que nos relata, con una hondura excepcional, quien es Jesús y quien es la Palabra de Dios. Os sugiero contemplar reposadamente el relato, después de haber leído este comentario, no os arrepentiréis, comprenderéis que a una página tan llena de plenitud poco se debe añadir.

En un primer momento, el prólogo, nos lleva a lo más alto del misterio trinitario, “La Palabra en el principio estaba junto a Dios, era Dios”. Así nos revela la identidad más profunda de Jesús y nos habla de su origen divino y eterno. Entre la Palabra y Dios se da una relación de intimidad y comunión, que lleva a proyectarse hacia fuera, porque Dios quiere comunicarse a los hombres a través de su Palabra. Así la Palabra se convierte para ellos en fuente de luz: “En ella estaba la vida y la vida era la luz verdadera”, para que no caminen en medio de las tinieblas. Pero la primera constatación es de rechazo. “En el mundo estaba, pero el mundo, aunque había sido hecho por ella, no la reconoció”.

En un segundo movimiento, encontramos la afirmación clave: “La Palabra -nombre de Jesús, previo al que le impusieron sus padres- ahora en la Navidad- se hizo carne y acampó entre nosotros”. Aquella Palabra “que era Dios” asume la total debilidad de la condición humana, y en esa debilidad ¡hasta la muerte! contemplaremos su gloria. A Dios se le puede ver y tocar, en el Hijo. Y aquellos que acogen al Verbo encarnado se convierten en hijos de Dios con todas las de la ley. La fe nos permite recibir de su persona la salvación, la gracia, el amor que irradia. Y esto es lo que celebramos en este día: “El Hijo de Dios se convierte en Hijo del hombre, para que los hombres nos hagamos hijos de Dios” (San Ireneo). La navidad es acoger con fe al que viene de lo alto para enriquecer nuestra pobreza. ¡FELIZ NAVIDAD!, amigos.

“La fe nos permite recibir de su persona la salvación, la gracia, el amor que irradia”. ¿Tendremos momentos de silencio y contemplación en este día de Navidad?

José González Rabanal

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