viernes, 9 de diciembre de 2011

El Papa en Benín. Esperanza para un mundo nuevo

¿Por qué un país africano no podría indicar el camino al resto del mundo? Benedicto XVI dejó Benín con una pregunta que no sólo interpela al continente donde ha estado por segunda vez en menos de tres años. Precisando inmediatamente que se trata de un camino para vivir una auténtica fraternidad, fundada sobre la familia y el trabajo. Por lo tanto, también el último de los discursos pronunciados en Benín sirvió al Papa para repetir su fuerte estímulo a África y amonestar a quienes siguen explotándola con formas mal disimuladas de neocolonialismo o acaban por ignorarla, como ha sucedido con los medios de comunicación que han minimizado o descuidado el viaje papal, a pesar de las indicaciones contrarias de sus propios enviados, testigos de su importancia y novedad. Un acontecimiento que estos medios de comunicación han considerado carente de interés tal vez porque no se habló de preservativos y abusos, que parecen haberse convertido en ingredientes indispensables para que se informe sobre la Iglesia católica.

En cambio, la visita de Benedicto XVI a Benín y la Exhortación apostólica Africae munus que firmó en Ouidah ofrecen una contribución importante a la convivencia mundial y un apoyo real al compromiso de la Iglesia católica. La cual ciertamente no es ajena al continente que dio asilo a la Sagrada Familia cuando huía de la persecución y donde el cristianismo tiene raíces antiquísimas. Como muestra el caso de Etiopía y como el Papa subrayó varias veces, recordando la importancia de la escuela de Alejandría, evocando los antiguos autores cristianos africanos de lengua latina y sobre todo repitiendo una vez más a los periodistas durante el vuelo hacia Cotonú que en el siglo XXI el anuncio del Evangelio en el co|ntinente no debe presentarse como un sistema difícil y europeo, sino expresarse en el mensaje universal, al mismo tiempo sencillo y profundo, «de que Dios nos conoce y nos ama, y que la religión concreta suscita la colaboración y la fraternidad».

Este mensaje es el mismo de la Exhortación Africae munus, documento fruto de la colegialidad sinodal donde Benedicto XVI puso a la vez realismo y esperanza. Un binomio que marcó todo el viaje y sobre todo el gran discurso pronunciado en el palacio presidencial de Cotonú, donde el Papa no ocultó los graves problemas del continente -que por desgracia siguen teniendo actualidad, pero que ciertamente no son exclusivos de África- y sin embargo supo rechazar con energía las visiones negativas, restrictivas e irrespetuosas que se difunden habitualmente. De este modo pudo denunciar escándalos e injusticias, corrupción y violencia, pero sobre todo miró con optimismo al futuro.

Y la esperanza del Papa, amigo auténtico de África, quedó bien expresada tanto en el encuentro ruidosísimo y conmovedor con los niños -que representan el futuro del continente- como en la homilía durante la misa conclusiva, el domingo de Cristo Rey, último del año litúrgico. En la cual recordó, comentando la descripción evangélica del juicio final, que es el Señor del universo y de la historia quien libera a la humanidad del miedo y la introduce en un mundo nuevo de libertad y de felicidad.


Africae Munus

El Papa habla del África como de “un inmenso pulmón espiritual para una humanidad en crisis de fe y de esperanza”. Un continente que no solo es rico de recursos materiales -como saben bien todos aquellos que buscan de explotarlo- sino también de riquezas humanas y espirituales, de amor por la vida, de creatividad y de cultura.

La escucha del Evangelio, y el consecuente “compromiso del África por Cristo” puede por lo tanto no solo levantar a los pueblos del continente de sus dificultades, sino también hacerlos protagonistas en el camino del nuevo milenio.
El hilo conductor que une los discursos del Papa y que atraviesa su Exhortación es la esperanza. Esta es la palabra clave que retorna continuamente en las diversas etapas del viaje hacia la construcción de la reconciliación, de la justicia y de la paz. Es la palabra que el Papa grita con fuerza a los jefes y a los responsables: “¡No privad a vuestros pueblos de la esperanza!”, mientras los alienta a la sabiduría, a la responsabilidad, al buen gobierno. La Iglesia católica participa cada día en la vida del pueblo, se ocupa muy concretamente de su salud, de su educación, de su crecimiento humano y cultural, y lo alienta a la libre participación a la vida social y política.

La esperanza de la que habla la Iglesia anima el compromiso terrenal y lo ennoblece, abriéndolo al horizonte espiritual y eterno. ¿Quién ama tanto al África de tener hoy el valor de decirle que puede ser el “continente de la esperanza”? La Iglesia católica, que se siente animada por el Espíritu creador de Dios y se siente realmente africana, tiene el don de este amor y de este valor.

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