Confieso que mi relación con la televisión es casi nula. Ella y yo no nos llevamos, y la culpa es de ella. Verán: si ustedes hacen “zapping”, un día cualquiera, se encontrarán más o menos con cosas como estas: publicidad a manta, discusiones “petardas” en las que nadie escucha a nadie y todos hablan a la vez, telefilmes frívolos, deportes hasta la saciedad...
¿Y los noticiarios? Es difícil encontrar, hoy, un medio (radio, canal televisivo o periódico) que informe con objetividad, que no se escore a un lado u otro, que te cuente y analice desapasionadamente lo que ocurre por ahí, sin que asome la oreja una tendencia ideológica u otra (con sus pertinentes servidumbres políticas).
Y en estas estamos, cuando resulta que ahora nos amenazan (una vez más) con un nuevo apagón de la TDT (televisión digital terrestre) que costará cerca de 20 € por vivienda. Ya han surgido protestas de los consumidores contra el pago de la resintonización; pero al final todos acabaremos doblando la rodilla y pagando. Y, si no, al tiempo.
Los que no entendemos decimos que bien, que así será; pero, ¿no estábamos en crisis? Uno, que es mal pensado, sospecha los negocios que se harán a costa de la TDT. Lo que sí parece claro es que se trata de un nuevo ataque al bolsillo del ciudadano, ya tan exiguo, tan deteriorado, tan estrujado por culpa, no por cierto de una fatalidad coyuntural, sino de los desfalcos y robos descarados a los que nos han sometido los “hijos de las tinieblas”. De las tinieblas, digo, porque muchos permanecen en la oscuridad y nunca sus fechorías saldrán a la luz. Lo ha dicho el Papa: «Esta crisis antes que económica, es de valores, es una crisis ética».
Y, de paso, a propósito de la información “en alta definición”, déjenme decir otra cosa: en líneas generales, la información eclesial es olímpicamente ignorada. Si sale un obispo o un cura en televisión, puede ser para dos cosas: para ir en contra de él o para ridiculizarlo por no “estar al día”. Y no digo yo que, no pocas veces, no demos motivo. Pero, ¿es que la Iglesia sólo genera noticias de errores o salidas de tono individualizados? Los medios, en líneas generales (y salvo algunas excepciones) han caído en amarillismos y sensacionalismos vergonzantes.
Se ha confundido la información laica, objetiva y positiva (que es buena) con la exclusión y el menosprecio o no aprecio. Lo eclesial, en televisión (por culpa de una miopía excluyente), salvo en rarísimas ocasiones, sencillamente no existe.
Así las cosas, ¿para qué necesitamos una televisión? ¿Para ver fútbol? Genial. ¿Para ver cine? Bien está. Pero pienso que la finalidad de una televisión al servicio del interés público, no debe ser exclusivamente ofrecer deportes, series televisivas o concursos. Contaba con humor, hace años ya, un avisado escritor que como mejor estaba la televisión era apagada y con un florero al lado...
Pero, como les decía, que nos suben también la televisión. ¿Y para qué? Para seguir ofreciéndonos “la nada entre dos platos”, la nada a través de múltiples cadenas. O, si prefieren decir, la “nada en alta definición”. Tan alta, que se nos ha puesto por las nubes. Porque el problema no es que veamos imágenes más o menos bellas, más o menos definidas, sino qué mensajes ideológicos nos inyectan en vena, cada día, a través de todas esas bellas, múltiples y bien definidas imágenes.
Eduardo de la Hera Buedo
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