No escribe san Juan de Ávila sus Cartas, como un rasgo de delicadeza para con los amigos y familiares. Tampoco trata en ellas de contar anécdotas, “chismes” e historietas. Mucho menos escribe cartas para ocuparse de dineros, negocios o remedios para mantener la salud del cuerpo. En esto se distingue mucho de santa Teresa de Jesús que, en la mayoría de las cartas, y fueron muchas, suele ocuparse del bienestar de las Comunidades que iba fundando y formando, de la salud de sus monjas y hasta las advierte de unas hierbas que son buenas para el cuerpo y útiles para ahuyentar la melancolía.
Para san Juan de Ávila, las Cartas son como el púlpito desde donde busca la conversión de sus oyentes. Sobre todo, los últimos años de su vida que la enfermedad le impedía salir a la calle y mucho más desplazarse por las ciudades. Y las escribe a toda clase de personas: edad, cargos sociales, estados. Hombres, mujeres, doncellas y viudas; santos y rebeldes a la fe... Siempre buscando el bien del espíritu.
Dice San Juan de Ávila a la doncella: “Que más ligera cosa es evitar las caídas que después de la caída levantarse como conviene”. Y le da este consejo: “Usad el leer libros buenos y el confesar y comulgar las veces que pudiéreis. Y ser mansa aun con los airados y humilde con los soberbios, y sed esclava de cuantos en vuestra casa hubiese; esto por amor de Aquel que se abajo a servir a sus apóstoles”.
Termina tan “preciosa carta” con esta doctrina: “Lavad vuestra mancha con lágrimas, pesándoos mucho por qué, siendo una hormiguilla, no os abajéis, siendo Dios abajado por vuestro amor”. No podemos suprimir este interrogante: “¿Qué es el mundo y sus honras sino humo, que él se consume sin quedar rastro de él?”
Germán García Ferreras
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