«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos». Con estas palabras de agradecimiento, Isaac Gento y Diego Redondo expresaban su alegría a punto de finalizar la Eucaristía en la que habían sido ordenados sacerdotes, el pasado 30 de junio.
Alegría en la que participaba toda la Iglesia diocesana, pues como expresó Mons. Escudero en su homilía, «la ordenación sacerdotal es siempre un don gratuito que Dios hace a su Iglesia, en la persona de quienes ha elegido y llamado».
Después de la proclamación de las lecturas y del Evangelio, Raúl Muelas (Rector del Seminario) presentó a Isaac y Diego pidiendo al Sr. Obispo que ordenara “presbíteros a estos hermanos nuestros”. Don Esteban les eligió para este ministerio con las palabras rituales y comenzó su homilía en la que fue glosando los compromisos que los sacerdotes hacen el día de su ordenación. Los fue describiendo uno tras otro y pidió encarecidamente a los dos nuevos sacerdotes que todos los años, en el aniversario de su ordenación, los recuerden para vivirlos con fidelidad y alegría.
Terminada la homilía se estableció el diálogo en el que los candidatos se comprometieron a guardar los compromisos propios del sagrado ministerio. A continuación se entonó en el Canto de las Letanías, tras el cual vino la imposición de manos, primero del Sr. Obispo y después de todos los sacerdotes presentes. Acto seguido Don Esteban pronunció la oración consecratoria... Y ordenados ya sacerdotes se vistieron por primera vez con la casulla de los presbíteros. El Obispo les ungió con el Santo Crisma, les entregó el pan y el vino para la Misa, y les dio el beso de la paz para culminar la ordenación.
Concluido el rito de la ordenación Diego e Isaac concelebraron por primera vez la Santa Misa. Y dijeron por primera vez lo que deseamos repitan cada uno de los días de sus vidas: “Tomad y comed todos de él...”.
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