domingo, 18 de marzo de 2012

Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él

18 de marzo - IV Domingo de Cuaresma «Lætare»

- 2Crón 36, 14-16. 19-23. La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo.
- Sal 136. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
- Ef 2, 4-10. Estando muertos por los pecados, nos has hecho vivir con Cristo.
- Jn 3, 14-21. Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Seguimos en el tiempo de Cuaresma, que nos prepara a celebrar el Misterio Pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo. Pero no como un acontecimiento del pasado, sino como un misterio que nos afecta a todos y cada uno de nosotros. Este domingo lo hace con el final del diálogo de Jesús con Nicodemo; un hombre principal entre los judíos, y de la secta de los fariseos, conocedor se supone de la Escritura, pero que no comprende la Vida Nueva, que nace del Bautismo: “nacer de nuevo”, “nacer del agua y del Espíritu”. Y Jesús en el diálogo, ahora monólogo, le expone el hecho salvador, el fundamento y el significado para el hombre.

Para que esa vida nueva -eterna- sea posible el “Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto como Moisés elevó la serpiente en el desierto”. Aludiendo sin duda a la Cruz, que no es derrota, sino victoria, fuente de vida para cuantos creen en él. Pero ¿cómo justificar estas afirmaciones incomprensibles para cualquiera, para los judíos blasfemia, para los griegos escándalo y locura? Solo hay una explicación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”... el amor infinito que Dios nos tiene. Frente a una imagen negativa de Dios que a veces nos hemos forjado en nuestro interior, nos recuerda el evangelista que los designios de Dios sobre nosotros, sobre el mundo, no son de temor, sino designios de amor y paz, “Dios no envió su Hijo al mundo para condenarle, sino para salvarle por medio de él”.

¿Cómo entrar en este camino de salvación? Dios hizo la oferta de vida, y sigue abierta, debe ser aceptada en la fe: “el que cree en él no será condenado”, y al revés “el que no cree en él, ya está condenado”. Creer en él significa vivir y hacer las obras de la luz, “para que aparezca con toda claridad, que Dios está en todo lo que él hace”, que harán posible la tarea que como cristianos hemos asumido en el bautismo como recordó el Concilio: que el mundo es nuestra tarea y que el hombre es el ojo derecho de Dios y de la Iglesia.

“Los designios de Dios sobre nosotros, sobre el mundo, no son de temor, sino designios de amor y bondad”. ¿Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias, sobre todo de los más pobres, son también nuestros gozos y esperanzas?

José González Rabanal

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