4 de marzo - II Domingo de Cuaresma
- Gén 22, 1-2. 9-13. 15-18. El
sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
- Sal 115. Caminaré en
presencia del Señor en el país de la vida.
- Rom 8, 31b-34. Dios no perdonó
a su propio Hijo.
- Mc 9, 2-10. Éste es mi Hijo
amado.
De
nuevo en este segundo domingo de Cuaresma Jesús nos invita a recorrer el camino
hacia la Pascua junto a Él. No será un sendero fácil, Jesús les acaba de
anunciar a sus discípulos la persecución y su muerte, pero seis días después
“les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria” -prefacio propio 2º
domingo de Cuaresma- es decir “se transfiguró ante ellos; sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador”.
Las
severas palabras de Jesús sobre el camino doloroso del Mesías y de los
discípulos resultaron desconcertantes, y habían provocado desilusión y
abatimiento. Querían oír hablar de ello; y la transfiguración del Señor
completa la encarnación: Dios se hace hombre anonadándose en nuestra carne,
ahora la carne se vuelve trasparente y se deja ver la inmensidad de Dios. A
nadie le gusta la cruz pesada, a ninguno le seduce el camino doloroso,
preferimos la vida cómoda, sin llantos y sobresaltos, sin crisis... Pero la
vida no siempre es así; necesitamos como los tres discípulos Pedro, Santiago y
Juan una revelación: “Este es mi Hijo Amado; escuchadle”. Y es verdad, a todos
Dios se nos manifestado de múltiples formas. Y hoy es el día para hacer un
recorrido por esas experiencias de encuentro con el Señor que cambiaron nuestra
vida y nos han hecho replantear nuestro proyecto de vida, y a repetirlas, dar
gracias.
Muchas
veces quisiéramos detener el tiempo y que sólo tuviéramos experiencias
gratificantes, como le sucedió a Pedro, “Maestro, qué bien se está aquí”; pero
después del encuentro, de la cercanía, regresamos a nuestra rutina con
entusiasmo renovado, no podemos permanecer indefinidamente en la montaña. Nuestra
vida cristiana consiste en dejar que se trasparente nuestra filiación divina,
en dejar que Cristo se haga patente en nuestra vida y en nuestras obras, hasta
dar la vida que es la suprema manifestación del amor.
“No podemos permanecer indefinidamente en la montaña. La vida
cristiana consiste en dejar que Cristo se haga patente en nuestras obras, en
nuestra vida, hasta darla”. ¿Ve a Jesús, quien nos ve vivir, obrar, hablar? ¿O
lo intuye al menos?
José González Rabanal
No hay comentarios:
Publicar un comentario