«Los hijos, Señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que, cuando grandes, sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad».
Miguel de Cervantes
La violencia de los hijos e hijas hacia sus padres, y sobre todo hacia sus madres, es un fenómeno que surge recientemente en nuestra sociedad, en los inicios del año 2000. Son numerosas las denuncias presentadas por padres que sufren maltrato de sus hijos. La Pastoral Penitenciaria Española, a través de la Sección de Justicia Juvenil, es conocedora y está implicada en esta realidad.
Se trata de la violencia filio-parental. Es aquella donde el hijo/a actúa intencional y conscientemente, con el deseo de causar daño, perjuicio y/o sufrimiento en sus progenitores, de forma reiterada, a lo largo del tiempo, y con el fin inmediato de obtener poder, control y dominio sobre sus víctimas para conseguir lo que desea, por medio de la violencia psicológica, económica y/o física.
En general, se trata de adolescentes varones en casi un 80%, frente al 20% de las chicas. La violencia ejercida por unos y otras se suele desarrollar en familias aparentemente normalizadas, de clase media-alta, con suficientes medios económicos y posibilidades educativas y culturales; son las edades comprendidas entre los 14 y los 17 años donde más predomina y las víctimas mayoritariamente son mujeres. Madres.
¿Qué perfil psicológico? La búsqueda del propio interés, a costa de lo que sea: los otros son un instrumento para satisfacer sus deseos; la idea de que ellos son los únicos; la no aceptación de las normas que regulan la convivencia; la familia la consideran un alojamiento con todas las ventajas y ninguna norma que cumplir; la socialización la realizan con sus colegas que, muchas veces, viven los mismos conflictos. Normalmente, estos adolescentes crecen en un entorno donde nadie es capaz de poner coto a sus apetencias y delimitarles los márgenes de lo permitido, donde los padres no saben o no se encuentran en situación de decir “no” e imponer sus criterios.
¿Las instituciones sociales? La escuela es una institución poco reconocida socialmente y, cuando los padres se acercan a ella es para defender a ultranza a sus hijos y sus comportamientos inadecuados, desautorizando la labor del profesor. Para muchos de estos adolescentes la calle lo es todo: familia, escuela, trabajo y falsa escapatoria a su situación. La calle es su lugar de socialización.
¿Qué hacer? Se trata de un problema social y complejo, producido por muchas causas. En la Pastoral Penitencia consideramos fundamental colaborar con la sociedad en el trabajo de prevención: la educación en valores y el acompañamiento de los chavales y sus familias.
Pastoral Penitenciaria
Área de Pastoral Social
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