Paloma que anida en uno de los árboles del Claustro del Palacio Episcopal |
En el claustro del Obispado hay dos cipreses. En uno de ellos ha anidado una pareja de palomas. La hembra y el macho se turnan incubando pacientemente los huevos, mientras los contemplamos, cara a cara, desde una de las ventanas del primer piso. No soy el único que todos los días cuando llego por la mañana me acerco a ver cómo va la cosa. Con cierto gozo, todos esperamos que pasen los 18 días necesarios para ver asomar debajo del ala la cabecita de uno de los pichones.
Preservar la vida es una de las grandes preocupaciones de la humanidad justamente hora que parece que tocamos la divinidad con los dedos, idolatrando la técnica y la ciencia. Nunca como ahora tenemos que defender lo que antes, de una manera natural, habíamos resguardado con un mimo casi sagrado.
Las sociedades poderosas han determinado preparar silos para almacenar semillas de todas las especies. “La bóveda del fin del mundo” excavada en una montaña de las islas noruegas de Svalbard, en el Ártico, albergará un ‘arca de Noé’ vegetal con millones de semillas de todo el planeta para asegurar su conservación en caso de catástrofe natural o humana. Por otra parte, el proyecto “Arca Congelada” (2004) del Instituto de Genética de la Universidad de Nottingham, pretende preservar el ADN, a 80º bajo cero, de especies animales en peligro de extinción y a las que sobreviven en cautividad, convirtiéndose en el mayor banco genético del mundo.
También es noticia que un grupo de investigadores de Greenwich, Warwick y Surrey han comenzado el “Proyecto Perséfone”, dedicado a la creación de un “arca interestelar”, una nave espacial autosuficiente, que pueda llevar a los seres humanos a buscar un nuevo mundo para colonizar en caso de que la Tierra se vuelva inhabitable por el cambio climático o por una guerra nuclear o biológica. Rachel Armstrong, diseñadora del proyecto y profesora de la Universidad de Greenwich decía: «Se trata de poner a prueba nuestra noción de sostenibilidad». Y, Steve Fuller, el sociólogo del equipo, manifestó: «Necesitamos la naturaleza para sobrevivir, así que ¿cómo nos la podemos llevar con nosotros?».
Pero no sé si nos hemos dado cuenta, en todo esto parece que falta una semilla: la del AMOR. Ahora que casi todo se hace con fines lucrativos y desde el orgullo de la supervivencia de la especie humana... todas son arcas de Noé sin permiso de Dios, es decir verdaderas Torres de Babel. Si la creación del universo, si la creación del varón y la mujer, es fruto del amor de Dios, todo diseño de supervivencia, sin el amor nos llevará al fracaso, porque donde no anide el amor, crecerá la mala yerba del orgullo y por tanto el descarte del más débil.
El utilitarismo se nos ha metido hasta los tuétanos, todo lo que no responde a nuestras expectativas lo descartamos... se abandona en el almacén de lo inservible. Lo que nos estorba, lo que aparentemente no nos sirve, lo que no encaja dentro de nuestros proyectos lo descartamos. Creamos pensamientos correctores para poder tranquilizar nuestras conciencias intentando ser lo más políticamente correctos. Pero en que almacén arrinconamos a los niños que les hemos impedido salir a la luz, dónde los ancianos que les negamos los lazos del cariño, donde los enfermos terminales, donde la humanidad herida y las personas excluidas, donde la destrucción de la naturaleza... ¿Y hacemos proyectos para conservar en otra galaxia a todo ser vivo y a la humanidad? Perdonad que me de la risa.
En la Capilla Sixtina, el gran Miguel Ángel, dibuja a un Dios volcado hacia un hombre inerte, esforzándose por tocar su índice para darle la vida. A nosotros nos toca no desconectarnos de ese dedo creador de la vida, sólo por un acto de amor.
Antonio Gómez Cantero
Administrador Diocesano
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