El obispo de Osma y Domingo de Guzmán, quieren -como hemos visto- liberarse de sus “cargas” eclesiásticas en la diócesis castellana, para dedicarse a la santa predicación. El Papa Inocencio III no les ha dispensado, sobre todo a Diego de su oficio, necesario en aquel cabildo que estaba fraguando su reforma.
Es cierto que la reforma gregoriana, ha empezado a dar frutos: hay un clero un poco más formado, las abadías atienden a la población y se sienten más independientes en las cosas temporales, lo que ayuda a un mejor resultado de las cosas espirituales. Pero junto a esto, sigue la idea de la conversión por las armas, que pocos y nefastos resultados ha dado. “Casi todo el universo sabe cuánto ha trabajado la Iglesia, por medio de sus predicadores y de sus cruzados, para eliminar a los herejes y las bandas de aventureros en la provincia de Narbona y regiones circunvecinas”. Con esta naturalidad se expresa el IV Concilio de Letrán, y lógicamente el resultado no ha sido positivo. Los cátaros o albigenses se hacen más fuertes y están más arropados por el pueblo llano... que ve en los enviados del Papa y de los obispos, a sanguinarios guerreros en busca de botín, o lejanos pastores, rodeados de un boato y una riqueza, que hace que el mensaje evangélico no sea escuchado y menos aún vivido. El panorama que se presenta a Domingo es “cómo predicar en el desierto”, con una salvedad: en el desierto no encontrara los enemigos que tiene delante: guerra, hambre, odio, venganza...
Domingo y Diego vuelven a Castilla, siguiendo los mandatos del Papa. En Montpellier, conocen a Arnaldo de Amaury, abad del monasterio de Cîteaux, y a los legados pontificios, monjes reformados del monasterio de Fotfroide, Pedro de Castelnau y el maestro Raúl. Además del miedo de quien sale de la seguridad del cenobio para enfrentarse al problema doctrinal y político, e incontables cartas con instrucciones, consejos y alientos del mismo Inocencio III, estos monjes no cuentan con más ayuda que la ofrecida por Domingo y Diego. El mismo Diego ve una salida en renunciar al obispado oximense, que el papa no ha aceptado, ingresar como monje cisterciense y unirse a los legados papales, llevando así a cabo su intención de predicar. El “desierto” donde predicar se amplia, pues aunque se han conseguido cambios en la fachada de la Iglesia, su estructura interna está atacada por todo tipo de males: relajación de costumbres, simonía, falta de formación del clero... Los legados pontificios, pronto se convertirán arrogantes señores con cartas de poder que tirarían por tierra los mejores deseos de muchos buenos varones apostólicos como Domingo y Diego.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
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