Celebraban la Pascua de Resurrección en Pakistán. En un parque. Con columpios. Y de repente una bomba con rodamientos de metal, para hacer las veces de metralla... para causar el mayor número de víctimas y de forma indiscriminada. 72 muertos. 29 de ellos niños. Y los talibanes reivindican el atentado y aseguran que “el objetivo eran los cristianos que celebraban la Pascua” y que “continuarán con estos ataques”.
Un Miércoles Santo nuestra sociedad fue Bruselas de manera clamorosa. Como debe ser. Haciéndonos dolor. Condenando la violencia infame. Rechazando la blasfemia de asesinar en nombre de un Dios. El Lunes de Pascua no tuvimos la vergüenza de ser Lahore. Silencio y mirar para otro lado.
Ese mismo Lunes de Pascua el Papa Francisco repetía «una vez más que la violencia y el odio homicida sólo conducen al dolor y a la destrucción; el respeto y la fraternidad son el único camino para llegar a la paz». Y nos pedía oración «a fin de que se detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y para que en el mundo puedan reinar el amor, la justicia y la reconciliación». Oración por los fallecidos, por sus familiares, por las minorías cristianas y étnicas de aquella nación...
De Palencia a Bruselas hay 1.427 kilómetros por carretera. De Palencia a Lahore hay 8.983. Pero la distancia grave y preocupante está en nuestros corazones anestesiados por la Globalización de la Indiferencia.
Domingo Pérez
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