El 2 de febrero, celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada y se clausura el Año de la Vida Consagrada.
Pidamos al Señor para que en este Año Santo de la Misericordia, especialmente, todos los consagrados y consagradas de nuestra Iglesia sean testigos infatigables de ese Amor que el mundo olvida y que, en cambio, tanto necesita. Que sean profetas de misericordia y profecía del amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, el primer consagrado al Padre, y con el que los consagrados se identifican en su forma de vida y en sus gestos inconfundibles, llenos de caridad, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo sin cerrarse a la propia carne, acogiendo al forastero y asistiendo a los enfermos, visitando a los presos de múltiples cárceles existenciales y dando sepultura a los que mueren y pasan de este mundo al Padre. Profetas y profecía de ese amor misericordioso y tierno, lleno de compasión que sabe dar consejo a quien lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir a quien se equivoca, consolar al triste, perdonar siempre las ofensas recibidas, soportar con paciencia a las personas molestas, y orantes que no desfallecen en la intercesión ante Dios por los vivos y por los difuntos.
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