A veces me parece que las películas sobre enfrentamientos interestelares beben mucho del libro del Apocalipsis, o es que el imaginario actual te lleva sin querer a esta lucha mítica de poderes intergalácticos con toda clase de parafernalia de rayos, truenos y explosiones de mil colores. Como me decía un amigo: leyendo el último libro de la Biblia parece que te metes dentro de la mejor película de ciencia ficción.
Nuestros hermanos de las iglesias evangélicas lo llaman el Libro de la Revelación, y es que es eso, con una puesta en escena casi de una gran ópera (no sé cómo no se le ha ocurrido a nadie hacer una con este guion) va desvelando, recurriendo al lenguaje simbólico, el gran acontecimiento futuro, la victoria de Cristo, el Cordero degollado... sobre el mal y la muerte. Y os aseguro que para unas comunidades que estaban sufriendo la persecución y el martirio era un viento de aire fresco, en este mar de lágrimas. Por cierto, esta expresión pertenece al libro del Apocalipsis y justamente de ahí ha pasado a nuestro lenguaje más popular.
Pues bien, sobre la mitad del libro, en el capítulo 12, tras el toque de la séptima trompeta, aparece una mujer, vestida de sol, rodeada de doce estrellas y la luna bajo sus pies. (Por cierto, la bandera de Europa, azul con doce estrellas, diseñada en 1955 por Arsène Heitz está basada, según su autor, en este capítulo y curiosamente fue aprobada como tal el 8 de diciembre del mismo año). Vuelvo al tema, la mujer estaba gritando con dolores de parto y a punto de dar a luz a su hijo. El texto identifica a la mujer con la Iglesia y al hijo con Cristo, pero los Santos Padres, primeros teólogos, y la piedad popular equipararon a la mujer del desierto con María, madre y modelo de la Iglesia. Si miramos cualquier imagen de la Inmaculada veremos reflejado este signo del Apocalipsis, como también lo vemos en nuestra Patrona de Palencia, que acabamos de celebrar, la Virgen de la Calle, ya con el niño en brazos. Los rayos que salen de su imagen, es la manera que tenemos de plasmar la expresión «vestida de sol».
Pero no acaba aquí la cosa. En cuanto la mujer tiene al hijo, aparece un Dragón en el cielo, «el que engaña y acusa al mundo entero», acompañado de dos bestias, una que sale del mar y otra de la tierra. La del mar tiene una boca grandilocuente y hablaba contra Dios, y la de la tierra, marcó con una señal a todos los habitantes, de tal modo que el que no tuviera su marca no podía comprar ni vender nada. Como ves -cielo, tierra y mar- mentiras acusadoras, grandilocuencia engañosa y comercio controlado por la bestia. No sé, pero a mí, me suena a profético.
Y ahora el numerito de marras. Cuánto se ha escrito del número satánico, cuántas películas y novelas, cuántas historias conspirativas. Pero realmente es un número que no mete miedo, al contrario. Lo debíamos leer no como una centena, seiscientos sesenta y seis, sino como tres unidades separadas. Esta trinidad del mal es y serán unos fracasados, pues nunca llegarán a la perfección del 7 que es la cifra de Dios. En la Biblia «las cosas de Dios» van marcadas por el 7, como los signos que hace Jesús para anunciar el Reinado del Amor de Dios en el Evangelio de San Juan. La resurrección de Lázaro es el séptimo y último, la victoria sobre la muerte.
Las pobres bestias, como su propia designación indica, nos intentarán llevar al fracaso, si no nos andamos con sabiduría. Así termina el capítulo 13, después de una espectacular narración de persecución y lucha: «El que tenga inteligencia cuente la cifra de la bestia, pues es una cifra humana. Su cifra es seis, seis, seis». Alegrémonos, son un fracaso, pero eso sí, inmisericordes. En cambio los ojos que enseñaron a mirar a Jesús, los de su madre, sabemos cómo son: «vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos». Pues eso.
Antonio Gómez Cantero
Administrador diocesano
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