La mujer desde que el mundo es mundo ha sido la guía del camino de la vida de su familia, de su entorno. Y ha pasado, a lo largo del tiempo, de ser guía y hasta diosa, a ser lo más mal tratado de la tierra. Sí, esa mujer, diosa, guía, madre, símbolo de fertilidad ha ido cambiando su rol y su modo de ser valorada en la sociedad.
Así lo vemos en la historia de la humanidad. Pero hoy nos vamos a poner en camino con esa mujer nómada, sí, nómada, que va por los caminos del mundo buscando una vida digna y, como siempre, no para ella, sino para su familia, para los suyos. Ella ha salido con el rostro lleno de lágrimas, el corazón roto pero sin mirar atrás, ha cruzado fronteras, ha surcado mares, ha caminado con los pies descalzos por el desierto, ha sido víctima de engaños y vejaciones. Pero ella, con paso firme y sentimientos de madre, hija, hermana, ha seguido su camino, con la mirada puesta en la meta, que no es otra, que encontrar una casa, un dinero que resuelva las deudas y posibilite una libertad para vivir como Dios manda.
Y ¿qué manda Dios? Manda que los seres humanos nos queramos, cada uno como él se quiere y quiere a Dios, que nadie sufra, que nadie mate a nadie, que la creación entera es de todos y para todos, que nadie se sienta solo, que somos fraternidad de Hijos de Dios.
La mujer inmigrante, nómada por excelencia, ha entendido muy bien qué significa esto.
La mujer que sale de su tierra en busca de un mundo mejor, ha dejado lo suyo y a los suyos y, sin mirar hacia atrás , ha comenzado a andar, contra viento y marea, contra los criterios deshumanizadores y contra los dictadores de la humanidad que no permiten ser lo que Dios manda.
Esta mujer que tiene el corazón lleno de ternura, de amor por los suyos, se enfrenta a una arena caliente que quema sus pies, que asfixia su respiración, que envejece su rostro, que la llena de sed. Pero no se detiene, no se deja tentar en el desierto y sigue su ruta, la del mundo mejor para que los de su corazón tengan dignidad. Una dignidad de vida, de, simplemente, seres humanos, una dignidad en el trato, en la comida, en el aseo, una dignidad en su plena humanidad.
Esta mujer desea, en muchos momentos, un oasis donde reclinar su cabeza, donde su corazón descanse y se renueve, donde las fuerzas se pongan al cien por cien y siga caminando con gozo para que, su gente, viva y viva bien.
Pero... ¿qué pasa? ¿qué se encuentra? ¿acaso con acogida, con las puertas abiertas, con trabajos dignos, con hombres y mujeres fraternos, que abren sus casas, que dan de comer al hambriento y de beber al sediento?
La madre Iglesia, representada en todos nosotros, ¿es ese oasis?
Al Señor, también inmigrante, a María y José les acogió un pueblo extranjero, supieron de todas estas hojas de ruta. Pero... ¿y nosotros? ¿Tenemos clara la hoja de ruta de Mt 25?
La hoja de ruta vivida por muchos cristianos sí va dando pasos, pero el desierto es tan inmenso que debemos encender las antorchas y avisar de que hay hermanas nuestras que nos necesitan y abrirles nuestra mente y nuestro corazón. Traen aire nuevo, culturas nuevas, fe renovada, todo lo que nos hace falta para romper fronteras y hacer un mundo diverso en colores y en igualdad de condiciones en el amor y la gratuidad, en la diversidad de confesiones pero un mismo Dios, unas personas que buscan el bien para todos.
Compartamos su corazón nómada y seamos mujeres tiernas y misericordiosas con corazón grande para ir por delante, como en toda la historia, y cantar con María un magníficat de alabanza a Dios y a los hermanos.
Pastoral Social.
Área de emigración y mujer
Área de emigración y mujer
No hay comentarios:
Publicar un comentario