Un cantante español decía meses atrás algo como esto: “En España le hacemos la ola a cualquier música que venga de fuera”. Pero, ¿solo “hacemos la ola” a cualquier música?
A casi todo, amigo cantante, a casi todo le “hacemos la ola”. Sobre todo -como tú bien dices- si nos lo importan de fuera. Aquí todo lo que viene por tierra, mar y aire con la vitola extranjera es “lo mejor”: sobre todo, si la etiqueta es alemana, francesa o nórdica. Y si lo que nos llega viene de Norteamérica, ya ni te digo. Ellos siempre parece que están ahí para ofrecer calidad. Ellos investigan, ellos trabajan, ellos componen música, ellos hacen cine. Aunque luego vayamos a comprar a los chinos.
Es verdad que debemos aprender unos de otros. Pero también debemos aprender de los africanos, asiáticos y hasta de los antípodas, que deben de andar por Nueva Zelanda. No sólo hemos de aprender de unos pocos países, supuestamente avanzados.
¿Por qué a unos ciudadanos los miramos por encima del hombre, en plan chulo, y a otros los besamos por donde quiera que pisan? Frente a lo que viene de fuera, caben dos posturas: la de “todo es malo” (nosotros somos mejores) o la de “todo es una bicoca”. Ni lo uno ni lo otro. Las dos actitudes pueden ser “paletas”.
Durante años desconfiábamos de los modelos políticos, culturales y morales que nos llegaban de fuera. “Como en España, ni hablar” -decían los patriotas. España era la “reserva espiritual”. Es evidente que, durante bastantes años, nos educaron para “cerrar fronteras”. “¡Y cierra España!” -gritaban ufanos los gerifaltes del poder. Pero ahora cambiaron las cosas: a la madre España, ni agua. La Patria sufre desafección. Y las banderas españolas solo aparecen en ciertos campeonatos de fútbol.
Hace poco, Fernando Trueba, el de la película “Belle epoque”, decía que nunca se había sentido español (¡vaya, por Dios!), y que en una guerra él “estaría con el enemigo”. Con la boca decía esto y con la mano cogía el Premio Nacional de Cinematografía. Las películas de Trueba -reconozcamos que hace buen cine- han recibido en subvenciones (dinero público) más de 5 millones de euros. Juan Goytisolo, escritor peculiar, último premio Cervantes, reivindicaba al siniestro Conde don Julián, aquel traidor que en el año 711 abrió las puertas a la invasión árabe para vengarse del rey visigodo don Rodrigo. Albert Pla, cantautor catalán, nos sale diciendo que le da “asco ser español”. Y a Willy Toledo, actor de cine subvencionado, le da igual “lo que diga su pasaporte”. Nacho Duato, director artístico de la Compañía Nacional de Danza, tampoco se siente español. Y en este plan andamos. ¿Pero qué mosca tontorrona nos ha picado?
Así que ni cerrar filas en torno al terruño, ni tampoco olvidarnos de dónde hemos nacido, dónde estamos y cuál ha sido nuestra tradición: los valores que nos hacen ser quienes somos. Orgullosos de España, ¿por qué no? Y orgullosos de la Mancha, como don Quijote. Y orgullosos de Cataluña, pero sin renegar de España.
Contentos de la España una y plural, una y diversa, en que vivimos. No hace falta renegar del solar patrio para aprender de todos y de todo. Convivir es vivir abiertos unos a otros. Convivir es aunar y discernir. «Probadlo todo -decía san Pablo- y quedaos con los bueno». Y de entre lo bueno, elegid lo mejor. Pero san Pablo, ciudadano del mundo, nunca se olvidó de que había nacido en Tarso de Cilicia.
No caigamos, hermanos, en la tontería de “hacer la ola” a todo lo que viene de fuera, despreciando lo bueno que tenemos dentro, cerca, al lado. Avanzar sin complejos, sin negar nuestra propia identidad, pero asomados cada día al balcón que mira al mundo.
Eduardo de la Hera
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