Hoy por hoy, la cara más amable de la Iglesia Católica la dan los misioneros.
¿Quiénes son los misioneros? Hombres y mujeres creyentes [sacerdotes, consagrados o laicos], que han nacido y crecido en el seno de familias católicas como las nuestras, que ofrecen una experiencia: la que ellos mismos han tenido al haberse encontrado con Cristo.
¿Quién les envía? Los misioneros no van por libre a donde quieren o se les antoja. Los misioneros son enviados por la Iglesia, a la que pertenecen por haber sido en su seno bautizados.
¿Qué les mueve? Lo que les mueve es el amor de Dios por todos. Quieren que la feliz marea del amor de Dios alcance y bañe las vidas de todos a los que evangelizan.
¿Qué hacen? Aparentemente hacen lo mismo que tantos integrantes de tantas ONGs. Pero desde la motivación creyente en Dios, yendo al encuentro de todo hombre, quieren atender a todo el hombre, en la totalidad de sus necesidades: mejorando campos, casas y corazones; atendiendo a la agricultura, la cultura y el culto; construyendo granjas, escuelas e iglesias.
¿Hay que evangelizar también las culturas? Las culturas son el suelo nutricio donde están implantados los hombres que de ellas viven. Por ello para que la evangelización alcance la deseada profundidad y permanencia hay que aportar a las culturas aquellos nutrientes evangélicos, que puedan ser asimilados de forma natural por los hombres que en ellas están enraizados.
¿Cómo lo hacen? Al estilo de Jesús. Los misioneros, si quieren ser fieles a la misión recibida, no se han de preocupar sólo de seguir haciendo lo que Cristo hizo, también han de hacerlo a la manera cómo lo hizo Cristo.
¿Qué podemos hacer ellos? ¿Cómo podemos ser aquí y ahora misioneros? Mucho es lo que podemos hacer por ellos y muchas son también las formas para llegar a ser nosotros misioneros. La renovación que deseamos para nuestra vida cristiana y nuestras comunidades cristianas no llegará si nuestra preocupación apostólica o pastoral queda ceñida a los de cerca y no alcanza a los de lejos (Cfr. AG., 37).
l Empecemos por llevar una vida digna del Evangelio (Cfr. Flp. 2, 27a), para que así la incidencia de éste en el mundo sea más fuerte. Cuanto más evangélicos seamos, mejores evangelizadores seremos. Y esto es así porque el día de nuestro bautismo recibimos una doble vocación: a la santidad y a la misión.
- Seamos, ya mismo y aquí, apóstoles y misioneros. Hay en nuestro alrededor muchas realidades insípidas, que hay que llenar de sabor; hay mucha oscuridad en las conciencias y en la sociedad, que necesita ser iluminada; hay mucho hielo egoísta en las relaciones humanas, que debe derretirse al contacto con el calor.
- lFomentemos las vocaciones misioneras entre nuestros niños y jóvenes. La misión es una carrera de relevos y el futuro de la misma depende de poder pasar y entregar el testigo a otros.
- Creemos conciencia en nuestros ambientes de toda la problemática que rodea la situación de los pueblos del, así llamado, Tercer Mundo, en medio de los cuales realizan su tarea la mayoría de los misioneros.
- No dejemos de sostener la obra misionera de la Iglesia mediante la oración. Recemos, pues, por los misioneros. Para que éstos sean buenos, valientes y generosos; para que gocen de la libertad necesaria para realizar su trabajo; para que aumente el número de vocaciones misioneras.
- Podemos ofrecer lo duro de la vida por esta causa. Y no hay que inventarse los sacrificios. La vida de cada día nos trae mucho que podemos ofrecer: disgustos, contratiempos, enfermedades, desánimos, la educación de nuestros hijos, la convivencia familiar el trabajo de cada día o la falta del mismo... No es poco si lo ofrecemos con amor por las misiones.
- Hagámosles llegar nuestra donación misionera. Se trata de compartir desde nuestra pobreza. Lo poco o mucho que podamos dar, puesto en las manos de Jesús, se multiplicará.
¿Qué hacen por nosotros? Con los testimonios de vida que nos traen y comparten con nosotros hacen que nuestras comunidades cristianas abran las ventanas, para que pueda entrar aire fresco, que ventile la casa y, al respirarlo, nos haga bien. Los misioneros nos recuerdan: que es una suerte ser creyentes; que no hay que tener miedo a dar la cara; que hay que aprovechar la cantidad de medios que tenemos para vivir la fe; que no hay que ser tacaños en nuestra relación con Dios; que hay que compartir lo poco o mucho que tengamos...
¿Son todavía necesarios los misioneros? Lo son, porque también Cristo y su Iglesia lo siguen siendo. Desde sus mismos comienzos la Iglesia se ha entendido como una comunidad al servicio de esta verdad: Jesucristo es el único Salvador del ser humano.
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill
* Artículo resumido
No hay comentarios:
Publicar un comentario