Por casualidad, ¿eres de los que te pones frente al televisor y tragas los debates sobre los últimos acontecimientos políticos? ¿Escuchas las tertulias radiofónicas nocturnas sobre temas actuales, mientras coges el sueño? Pues yo sí, y me siento disgustado la mayoría de las veces. Cada vez me cuesta más escuchar un discurso político o un debate sobre cualquier tema de actualidad, y te aseguro que lo intento. Y es que en realidad creo que lo que hoy sufrimos son verdaderas proclamas estándar, charlatanerías febriles, y algunas veces, una educada ignorancia, que sobrevuelan de lejos sobre cualquier regla de la oratoria.
¡Las encuentro tan vacías y sin sentido! Vacías, porque ya no aceptamos entre todos unos cimientos sobre los que podamos construir juntos. Sin sentido, por la volatilidad de la palabra dada: donde dije “digo”, digo “Diego”. Lo peor de todo es ver sus caras de satisfacción como si nos hubieran convencido. Y lo definitivo, el miércoles dijeron en una de nuestras radios que durante el verano no habrá tertulias políticas para evitar tanta densidad y así podamos disfrutar más de estos meses calurosos. ¿Densidad?
De niño me gustaba hacer casas de papel al calor de la bilbaína, verdadero centro familiar en el frío invierno castellano. Cuando no podía comprar los recortables, que tanto me fascinaban, los hacía con hojas de periódico, y las casitas quedaban inundadas de palabras exteriores, pero inhabitables, huecas por dentro. Evidentemente no tenían color con los de la editorial Bruguera.
A veces, cuando escucho a algunos políticos y a sus comparsas tertulianas, pienso en mis elementales y endebles casitas de papel de periódico, con sus ventanas abiertas al vacío interior, revestidas de letras sin orden y concierto, amontonando frases recortadas y pegadas unas sobre otras, con cola de harina.
Ellos hablan, construyen frases maravillosas, dominan el resorte o el mecanismo de presentar lo aprendido como una hermosa novedad o como un paraíso necesario al que casi estamos alcanzando ya con nuestros dedos. Hablan con contundencia ante sus posibles oyentes, pero pronto caes en la cuenta de que son magos de la palabra, porque les va la vida en ello, es decir, la harina del pan nuestro de cada día. Pero de ningún modo descubro en ellos cultura, contenido histórico, razonamiento filosófico, discurso evocador... y sí mucha técnica de vendedor de feria.
El discurso, en cambio, define el tema con claridad, se presenta desde diferentes perspectivas, con una argumentación razonable, mantiene una coherencia mínima, añade datos de verificación, se expresa de manera correcta y busca una justicia imparcial. Y es que las definiciones anteriores son necesarias para llegar a la última: una justicia imparcial.
En cambio nos están acostumbrando a debates competitivos, que no quieren más que conseguir la victoria frente al oponente con verborreas falaces, ataques personales y esparajismos acompañados de una locuacidad incontenible. Y además, si quieren evitar que el interlocutor pida razones atacan con frases hechas del estilo: la mayoría del pueblo exige..., fuentes bien informadas aseguran..., todo el mundo está de acuerdo..., estudios científicos han demostrado..., es de sentido común..., etc. Y la ética y la lógica se pierden en la refriega.
¿Dónde se ha quedado la realidad práctica? A problemas reales certificados, soluciones reales verificadas. ¿Dónde el principio de intercambio de roles? Póngase usted en mi lugar, por favor. ¿Dónde está la justificación histórica y social? ¿Dónde la justificación moral que avala las palabras y los hechos? ¿Cuándo podrán defender sus tesis partiendo de las premisas o las conclusiones del contrario? ¿Cuándo la cooperación con el interlocutor para llegar a un consenso?
En fin, pero esto es alta política y no meros recortables.
Antonio Gómez Cantero
Administrador Diocesano
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