El pasado 27 de junio, al día siguiente de la sangrienta cadena de atentados en Francia, Tunez y Kuwait, en un periódico español podíamos leer, entre otras cosas, lo siguiente:
«No, Dios no es bueno. Y sí, Dios está detrás del IS, y lo ha estado de la mayoría de horrores de la Historia, y al contrario de los biempensantes de hoy, cuando escucho religión veo violencia, desde la interpretación judeocristiana del Génesis, con un asesinato entre hermanos, hasta Alá en manos de los terroristas.
Un mundo sin Dios sería un mundo objetivamente mejor. Sería, para empezar, un mundo sin coartadas. Tanto para hacer el mal como para hacer el bien».
Un mundo sin Dios... parece ser que esta es la mejor propuesta que tienen algunos. Por lo visto... el problema no es la nefasta interpretación que algunos “creyentes” hacen de su fe, no es no ver al otro como hermano, no es el nulo respeto a la vida de los demás... el problema, en definitiva, es Dios.
Algo habremos hecho mal los creyentes, en el pasado y en el presente, para que algunos -de mirada corta- cuando miran a Dios y a los creyentes... vean al Demonio y a sus seguidores.
Pero también es cierto que, detrás de esta “mirada corta”... hay un objetivo claro... y con vocación de llegar lejos: erradicar la presencia de Dios en nuestro mundo. Erradicar la presencia de Dios en el espacio público... y si se puede también en el privado. Señalar a los creyentes como peligrosos y enemigos de la libertad, de la paz, de la convivencia, del progreso, del futuro...
La Doctrina Social de la Iglesia no admite dudas: «El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia» (513). «El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un desprecio total de la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca medio» (514). Y «es una profanación y una blasfemia proclamarse terroristas en nombre de Dios. Ninguna religión puede tolerar el terrorismo ni, menos aún, predicarlo» (515).
El infecto artículo antes mentado finalizaba con «un mundo sin coartadas. Tanto para hacer el mal como para hacer el bien». Y esto es, casi, lo que me más me ha ofendido. Mal me parece hacer el mal en nombre de Dios y profanar su nombre... Mal. Pero...
¿Dios una coartada para hacer el bien? Amar al otro como a mí mismo... esto es el Mandamiento del Amor. Es humanidad. Es necesidad. Por más que el memo que firma estas memeces no lo entienda.
Domingo Pérez
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