Todos somos muy amigos de los regalos. Pero, a veces, no se trata de regalos de gran valor, sino de un regalo que testifica que se acordaron de nosotros al visitar Tierra Santa, o fueron a Roma para escuchar al Papa, etc, etc.
Hay regalos que cuidamos con mimo y de los que presumimos. Otros regalos terminan siendo un estorbo en el piso y plantean el problema, dónde lo colocaremos. Hay regalos que son una obra de arte o se transforman en el utensilio que no hace “un buen papel”.
Santa Teresa, en el Camino de Perfección (Cap. 12, nº 2), escribe: “Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad, ¿qué teme?”
“Claro está -sigue diciendo la Santa- si es verdadero religioso o verdadero orante y pretende gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear morir por Él y pasar martirio”.
“Pues -termina nuestra Santa- ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen religioso y que quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio?”
En la vida de los santos, claramente conocemos cómo son los regalos de Dios. En el convento de los PP. Carmelitas Descalzos de Segovia, donde está enterrado San Juan de la Cruz, hay un cuadro de Cristo crucificado que -dice la tradición- le habló a San Juan de la Cruz, en estos términos: “¿Qué quieres Juan por lo mucho que has hecho por mí?”. A lo que el santo respondió: “Señor, padecer y ser despreciado por Vos”.
De Santa Teresa es aquella maravillosa y acertadísima expresión: “Hay que tener una muy determinada determinación de seguir a Cristo aun cuando se hunda el mundo”.
En Camino de Perfección (Cap. 5), leemos: “Y como me vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor... determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí mismo, convento de san José”.
Germán García Ferreras
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