Se llama PIN de sobrenombre y aún no ha cumplido los cuatro años. Con su hermano PI, de cinco y su prima EM de siete viene a jugar junto a la casa de mi residencia en Pak Mu, en el noreste de Tailandia, desde hace unos meses.
Pin tiene además un pequeño impedimento en su lengua que espero se le corrija con el tiempo. Es un perfecto ejemplo de travesura y ganaría el premio de la constancia por lo pesado que se pone.
Nos fuimos conociendo los tres primeros meses después de asumir el cuidado pastoral de esta comunidad.
Les doy material para jugar delante de casa, nos unimos a otros amigos mayores que ellos en las actividades y juegos sobre la pradera delante de la parroquia y con frecuencia también entramos en la iglesia.
Cuando un día le animé a unirse al grupo para entrar en la iglesia me dijo con su lengua enrevesada: «Vienes muchas veces a esta casa en la que no hay nadie, ¿cuándo vas a visitar la casa de mi abuela?» Me entró un estremecimiento interior que procuré disimular. No dormí bien esa noche.
Todos sabemos que la pregunta más difícil de contestar es la de un niño. La pregunta que me hizo PIN se convirtió en un nudo en mi garganta que debía desatar cuanto antes.
Ya había hecho yo una breve visita de sondeo por las calles del pueblo pero sin descender a detalles. Consulté los informes de familias que se conservan en la parroquia, pregunté a la catequista que conoce bien a todos los vecinos del pueblo y me encaminé a la casa de la abuela de Pin.
Su “palacio” de residencia se puede llamar casa aunque carece de muchos elementos que necesita toda casa.
La señora Duangchan quedó viuda hace unos doce años y, por las informaciones que tengo, la familia tuvo que vender las pocas propiedades que tenía para intentar salvar al abuelo.
El abuelo se fue y también las propiedades que poseían. Ahora una de sus hijas tiene marido y dos críos en una choza adjunta a la de su madre, pero trabaja en la construccion en Bangkok. Sus dos niños quedaron al cuidado de la abuela.
Otro hijo de nuestra abuela tuvo mujer de la que se separó después de formar familia por ocho años. Ahora trabaja también de jornalero en Bangkok y tiene sus tres hijos bajo la tutela de la misma abuela. Pin es el menor de todos ellos.
La abuela, a sus sesenta años, asumió el cuidado de los cinco niños. Le quedó un pequeño campo de cinco “rais” (aproximadamente una hectárea) para cultivar arroz si es que algún vecino o pariente la ayuda a hacer la plantación y a recoger la cosecha.
Pin consiguió que mi visita a la iglesia, en la que él no veía a nadie, adquiriera un sentido perfecto cuando yo visitara a su abuela y viera con mis propios ojos a Jesús vestido de pobreza y viviendo en una morada muy semejante a la que tuvo a las afueras de Belen donde nació.
Como misionero, vine para conducir a PIN a Jesús y me encontré con que PIN me condujo a mí a que descubriera a Jesús en la casa de su abuela.
Gracias, PIN, por esa travesura que me jugaste.
Ángel Becerril, desde Tailandia
No hay comentarios:
Publicar un comentario