domingo, 17 de mayo de 2015

Para seguir caminando

Queridos lectores, esto es una carta, no es un artículo, para esto tendremos tiempo las siguientes semanas. Ayer se despidió en la catedral D. Esteban, nuestro obispo durante casi cinco años. Esta semana pasada ha recorrido la diócesis despidiéndose especialmente de las comunidades contemplativas, de las instituciones públicas y de los centros de enfermos psiquiátricos, así como comenzó, cuando llegó a estas tierras.

Ahora ha sido destinado como Obispo Auxiliar a la Archidiócesis de Valencia. Seguro que, como aquí, no descansará por desempeñar lo mejor posible esta misión que el Señor le ha confiado. Ya hemos tenido momentos para agradecerle sinceramente su entrega generosa. Mientras, nosotros comenzamos una nueva andadura de Sede Vacante, un periodo que debemos vivir como un tiempo de “espera activa” y de “esperanza”.

Me preguntaréis que qué es eso de una “espera activa”. Es una espera gozosa, viva. Podíamos esperar también cansados o sin ilusión. En las páginas del Evangelio hemos descubierto que no debemos dormirnos, que -como en un tiempo de adviento- debemos de tener preparados los caminos, allanados, habilitados; y como las jóvenes que esperaban al esposo, hemos de tener las lámparas preparadas, iluminar la estancia, por si llega durante la noche. O como los centinelas en los torreones, escrutar con fina mirada el horizonte. Esto es lo que los cristianos vivimos de manera fundamental como “espera unidos en oración”, pues tener fe no es solamente esperar que Dios haga algo, es prepararnos para acoger con el corazón lo que Dios va a hacer.

En este tiempo no debíamos perder de vista las palabras del apóstol Pablo en su carta a los Romanos, cargada de una gran vitalidad misionera: «Que vuestro amor no sea fingido; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de todo corazón unos a otros con amor fraterno; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; no seáis perezosos para el deber; sed fervorosos en el espíritu, servidores del Señor. Que la esperanza os mantenga alegres; sed pacientes en la tribulación, y perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los creyentes, procurando practicar la hospitalidad... vivid en armonía unos con otros, no os dejéis llevar por pensamientos soberbios, sino acomodaos a las cosas sencillas. Y no os creáis sabios entre vosotros... si es posible, por lo que respecta a vosotros, vivid en paz con todos» (Rm 12, 9-18).

También sabemos que la espera del Espíritu se hizo en unidad y en oración, allá en el cenáculo, lugar de la entrega. Los católicos palentinos estamos llamados, en este momento de nuestra historia, a orar de manera comunitaria y de manera individual. Estamos llamados a esperar la mano de Dios en nuestras vidas. Os invito a todos a orar intensamente para que el Espíritu suscite un nuevo obispo que nos aliente, acompañe y pastoree en la conversión del corazón y en la evangelización de nuestros pueblos, de nuestras gentes. Os invito a pedir que el Señor ilumine al Papa y a los obispos y este periodo sea suficientemente ágil y corto para poder recibir con gozo a un nuevo Pastor.

Un nuevo Pastor al que -como expresó el Papa Francisco en el Mensaje a los Obispos españoles con motivo de la Visita Ad limina del pasado año- se le confíe «la tarea de hacer germinar estas semillas con el anuncio valiente y veraz del evangelio, de cuidar con esmero su crecimiento con el ejemplo, la educación y la cercanía, de armonizarlas en el conjunto de la “viña del Señor”, de la que nadie puede quedar excluido». Un Pastor al que se le confíe la tarea de «abrir nuevos caminos al Evangelio, que lleguen al corazón de todos, para que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y hermano».

En aquel Mensaje, el Papa Francisco continuaba diciendo que en este camino «es importante que el obispo no se sienta solo, ni crea estar solo, que sea consciente de que también la grey que le ha sido encomendada tiene olfato para las cosas de Dios. Especialmente sus colaboradores más directos, los sacerdotes, por su estrecho contacto con los fieles, con sus necesidades y desvelos cotidianos. También las personas consagradas, por su rica experiencia espiritual y su entrega misionera y apostólica en numerosos campos. Y los laicos, que desde las más variadas condiciones de vida y respectivas competencias llevan adelante el testimonio y la misión de la Iglesia» (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 33)».

Por eso es también necesario que, durante este tiempo, todos los que conformamos esta Iglesia diocesana preparemos nuestro camino personal. Pensemos qué tenemos que cambiar cada uno de nosotros para hacer de nuestra comunidad diocesana un lugar acogedor, cercano, cordial y dialogante. Qué procesos de conversión debemos de vivir para anunciar a Cristo resucitado y poner una gota de eternidad en nuestras vidas. Para que nuestra Iglesia promueva una sociedad más justa y atenta a las necesidades de las nuevas y antiguas pobrezas. Para que en nuestra diócesis haya personas dispuestas a colaborar con su obispo sin condiciones ni requisitos previos. Para ir caminando a una Iglesia diocesana, como nos pide el Papa Francisco, que siente «la dulce y confortadora alegría de evangelizar», una «Iglesia en salida», una «Madre de corazón abierto», una «Iglesia misionera», una Iglesia de «evangelizadores con Espíritu».

Sigamos adelante. Sigamos trabajando y redimensionando con alegría las tareas que habíamos recibido de D. Esteban. Estoy a vuestro servicio. Recibid un abrazo y una oración. Cordialmente:
 
Antonio Gómez Cantero
Administrador Diocesano

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