sábado, 16 de mayo de 2015

MENSAJE DE DESPEDIDA AL PUEBLO DE DIOS HOMILÍA EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS Y DESPEDIDA DE LA DIÓCESIS Santa Iglesia Catedral de Palencia. 16 de mayo de 2015: ¡No nos dejemos robar la esperanza!

El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, y en su posterior magisterio nos ha venido mostrando los aspectos que hemos de reavivar, como Iglesia universal y como creyentes individuales, para el seguir fielmente a Jesucristo en nuestros días.

Yo quisiera recordar ahora, como mensaje de despedida al pueblo de Dios en Palencia, lo que ya os he dicho anteriormente en repetidas ocasiones y que desearía que lo considerarais como una especie de resumen de mi magisterio pastoral entre vosotros.

Las líneas maestras de la renovación que el Papa está indicando a todos los hijos de la Iglesia, sacerdotes, religiosos y laicos, van en tres direcciones convergentes: la conversión del corazón, la conversión pastoral y la renovación de las estructuras eclesiales.

EVANGELIZADORES CON ESPÍRITU
La conversión del corazón


En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos advierte claramente: «Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón /.../ Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad» [1].

Cuando no tenemos una auténtica espiritualidad que transforma el corazón, podemos caer en lo que el Papa denomina la “mundanidad espiritual”, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, pero que busca en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal [2]. Este cristiano, sacerdote, religioso o laico, vive en el mundo, dentro de la realidad social y cultural de su tiempo, con el riesgo de convertirse en “mundano”, con el riesgo de que la sal pierda su sabor, esto es, que su cristianismo pierda la novedad que viene  de Jesús y del Espíritu Santo. «Es triste -decía el Papa el domingo pasado- encontrar cristianos que se parecen a un vino aguado y ya no se sabe si son cristianos o mundanos, como el vino aguado no se sabe si es vino o agua» [3]. Son cristianos que todavía no viven una amistad personal con Jesucristo, que aceptan indiscriminadamente opiniones o formas de vida difundidas por la cultura materialista y relativista de nuestro tiempo, o que están, quizás, comprometidos socialmente, pero su corazón está muy lejos del Señor.

Para vivir la necesaria conversión del corazón es preciso renovarse continuamente con la savia del Evangelio, leyéndolo y meditándolo cada día, de forma que la Palabra de Dios esté siempre presente y operante en nuestra vida. Además, debemos participar en la misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchamos juntos su Palabra y recibimos el sacramento de la Eucaristía, que nos une con él y entre nosotros [4]. Y, finalmente, necesitamos lo que el Papa denomina el “pulmón de la oración”. Por ello nos recuerda en otro lugar de la misma Exhortación Apostólica: «Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía» [5].

DISCÍPULOS MISIONEROS
La conversión pastoral


Otra idea central de la renovación que está pidiendo el Papa a la Iglesia es que «ya no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos. Hace falta pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera» [6]. En efecto, citando a San Juan Pablo II, el Papa Francisco nos recuerda que la evangelización de los que están alejados de Cristo es la tarea primordial de la Iglesia en nuestro tiempo. «La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia, por lo que la causa misionera debe ser la primera» [7]. Esta tarea de anunciar el Evangelio al mundo de hoy es un deber de todo cristiano, no sólo de los sacerdotes o religiosos. Cada uno en su medio ambiente tiene el deber de ser testigo de Jesucristo con su palabra y con el ejemplo de su vida. La misión de anunciar el Evangelio es tarea de toda la Iglesia. Por eso en otro momento afirmará : «Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios a este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino» [8].

Ahora bien, no se trata de comenzar predicando unos preceptos morales, por muy elevados que sean, ni de difundir los valores humanos en alza en la cultura de nuestro mundo, ni de transmitir las propias opiniones sobre los problemas sociales. Por eso, se nos advierte: «No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, y sin que exista un primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización» [9]. Ello vale tanto para las homilías, como para la catequesis, como para los planes de formación de los movimientos apostólicos de la Iglesia. El amor de Dios, manifestado en el envío de su Hijo al mundo para salvar al hombre, es el núcleo de la misión.

ESCUCHAR EL CLAMOR DE LOS POBRES
Nuevas estructuras


En tercer lugar, la conversión nos pide renovar aquellas estructuras de la Iglesia que han quedado caducas o bien no traducen las nuevas exigencias de la evangelización, según las necesidades de los tiempos. Ya no vale el inmovilismo del que se refugia en aquello de que “siempre se ha hecho así”. Ello se aplica especialmente para esas formas de religiosidad cristiana de las que el Papa hablaba anteriormente denominándolas «propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero».


El Papa Francisco nos recuerda que «Evangelizar es hacer presente en el mundo el reino de Dios... Por eso mismo, el servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia» [10]. El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Por ello, «de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» [11]. Ya nos advierte San Pablo que estamos llamados a tener los mismos sentimientos de humildad y de entrega a los demás que tuvo Nuestro Señor Jesucristo (Flp 2,5).

Esta conversión es especialmente importante en nuestro tiempo, en el que frecuentemente nos extasiamos con las inmensas posibilidades de tener bienes de consumo y disfrutar de las ocasiones de distracción que nos ofrece nuestra sociedad, olvidando la solidaridad con los más necesitados.

Este compromiso en favor de los demás, matiza el Papa «no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro, “considerándolo como a uno mismo”. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien». Si esta atención se da, la conciencia nos advertirá después de las formas concretas con que podremos ayudarle en sus necesidades materiales, de cariño, de acompañamiento o de consuelo. Será preciso renovar las estructuras eclesiales, parroquiales y diocesanas, de forma que podamos aumentar nuestro compromiso comunitario en favor de los más necesitados de la sociedad.

CONCLUSIÓN

En el Padrenuestro pedimos a Dios Padre que venga ya su reino. Es el reino que ya inició Jesucristo con su venida, que va creciendo en el mundo como la semilla en el campo o el grano de mostaza y que alcanzará su plenitud cuando «Dios sea todo en todos», al final de la historia. Un Reino «eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz» [12]. La suerte final del mundo ya está garantizada por la resurrección de Jesucristo. En consecuencia, ¡no nos dejemos robar la esperanza!

No hay comentarios:

Publicar un comentario