La reunión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española se clausuró el pasado viernes, 24 de abril, en Ávila con la aprobación de la Instrucción Pastoral Iglesia, servidora de los pobres. En este documento, los obispos queremos compartir, con los fieles y con quienes deseen escuchar su voz, la preocupación ante el sufrimiento generado por la grave crisis económica, social y moral que afecta a la sociedad española y la esperanza por el testimonio de tantos miembros de la Iglesia que han ofrecido lo mejor de sus vidas para atender a quienes más sufrían las consecuencias de la crisis.
En los últimos años, especialmente desde que estalló la crisis, somos testigos del grave sufrimiento que aflige a muchos en nuestro pueblo motivado por la pobreza y la exclusión social; sufrimiento que ha afectado a las personas, a las familias y a la misma Iglesia. Un sufrimiento que no se debe únicamente a factores económicos, sino que tiene su raíz, también, en factores morales y sociales.
Es de justicia, sin embargo, reconocer que este mismo sufrimiento ha generado un movimiento de generosidad en personas, familias e instituciones sociales que es obligado poner de manifiesto y agradecer en nombre de todos, en especial de los más débiles. Dicha generosidad nos ha recordado la promesa de Dios a través del profeta Elías cuando afirma que no le faltará ni el aceite ni la harina a la pobre viuda que supo compartir con el profeta lo poco que le quedaba para subsistir.
La Iglesia nos invita a todos los cristianos, fieles y comunidades, a mostrarnos solidarios con los necesitados y a perseverar sin desmayo en la tarea ya emprendida de ayudarles y acompañarles. El papa Francisco nos dice: «Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina».
Como pastores de la Iglesia, queremos compartir con los fieles y con cuantos quieran escucharnos nuestras preocupaciones ante la difícil situación que estamos viviendo y que a tantos afecta. Algunos datos esperanzadores nos llevan a pensar que la crisis, poco a poco, se está superando; pero, hasta que no se haga efectiva en la vida de los más necesitados la mejoría que los indicadores macroeconómicos señalan, no podremos conformarnos. Percibimos, por otra parte, que en este período de crisis se han ido acrecentando las desigualdades sociales, debilitando las bases de una sociedad justa. Esta realidad nos está señalando la tarea: nuestro objetivo ha de ser «vencer las causas estructurales de las desigualdades y de la pobreza», como pide el papa Francisco.
Para contribuir a alcanzar esta meta tan deseable, ofrecemos modestamente estas reflexiones basadas en la Doctrina Social de la Iglesia; en ellas tratamos de aportar motivos para el compromiso y la esperanza, y colaborar con nuestro grano de arena a la inclusión de los necesitados en la sociedad. Intentamos «mirar a los pobres con la mirada de Dios, que se nos ha manifestado en Jesús». Secundamos así la especial atención que muestra el papa Francisco a la dimensión social de la vida cristiana. Quiera el Señor que nuestra palabra sirva de luz orientadora en el compromiso caritativo, social y político de los cristianos y que nuestro aliento acreciente en todos una solidaridad esperanzada.
«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas», dijo el Señor a Moisés (Ex 3,7). También nosotros Pastores del Pueblo de Dios hemos contemplado cómo el sufrimiento se ha cebado en los más débiles de nuestra sociedad. Pedimos perdón por los momentos en que no hemos sabido responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y necesitados.
No podemos dejar de agradecer el esfuerzo tan generoso que, en medio de estas dificultades, están haciendo las instituciones de Iglesia como Cáritas, Manos Unidas, e Institutos de Vida Consagrada, que realizan una gran labor en el servicio de la caridad con niños, jóvenes, ancianos, etc. Hemos podido comprobar con gran satisfacción el ingente trabajo llevado a cabo por voluntarios, directivos y contratados en la atención a las personas y en la gestión de recursos. Tras ellos están las comunidades cristianas, tantos hombres y mujeres anónimos que responden con su interés y preocupación, con su oración y su aportación de socios y donantes.
La caridad hay que vivirla no sólo en las relaciones cotidianas -familia, comunidad, amistades o pequeños grupos-, sino también en las macro-relaciones -sociales, económicas y políticas-. Necesitamos imperiosamente «que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos».
Es preciso que todos seamos capaces de comprometernos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás; y lo haremos, no por obligación, como quien soporta una carga pesada que agobia y desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga la posibilidad de expresar y fortalecer nuestra identidad cristiana en el servicio a los hermanos.
A nuestra Madre del Cielo unimos la intercesión de Santa Teresa de Jesús, bajo cuya protección, en el V Centenario de su nacimiento, ponemos también nuestro servicio a los más pobres.
+Esteban, Obispo de Palencia
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