martes, 2 de octubre de 2012

El próximo 11 de octubre...

El próximo 11 de octubre, la Iglesia universal se va a vestir de fiesta. Se cumplen 50 años de la inauguración por Juan XXIII del Concilio Vaticano II y 20 años de la publicación por Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica.

El 11 de octubre también se pone en marcha, convocado por Benedicto XVI, con su carta apostólica “Porta Fidei”, el Año de la Fe. Todos los católicos palentinos ya podemos “señalar en rojo” esta fecha en nuestro calendario y acudir la Catedral donde, presididos por nuestro Obispo, inauguraremos este gran acontecimiento.
 
La intención del Año de la Fe “ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa” y suscitar en todo creyente “la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza”. Así, nos unimos a los deseos del Papa, esperando que “el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble” en este “tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe”.

LA ALEGRÍA DE LA FE

Se abre ante nosotros un año de gracia en el que profundizar en la fe. Una ocasión de proclamar nuestra fe de un modo nuevo para una sociedad cansada de palabras, que si aprecia algo son los testimonios. Estamos todos invitados a redescubrir la alegría de la fe. Como San Agustín, que, emprendió una búsqueda continuada de la belleza, hasta que su corazón encontró descanso en Dios. Como Lidia, aquella mujer que oyó predicar a San Pablo en Filipos y “el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo” (Hch 16, 14).

Es Dios quien abre el corazón. Podemos estar oyendo toda la vida los contenidos de la fe, que si no abrimos la puerta de entrada que es el corazón, no afectarán a nuestra vida. La fe implica abrirse a la palabra de Cristo y supone también ser luego pregonero de esa fe, con las palabras y con las obras, sin avergonzarse de la condición de cristiano, incluso cuando el ambiente pueda resultar contrario.

“El cristiano -dice Benedicto XVI- no puede pensar nunca que creer es un hecho privado”. Exige también una responsabilidad social. No podemos comportarnos en nuestra vida “como si Dios no existiera”, con el falso pretexto de respeto al pluralismo o a los demás. Precisamente lo que la gente espera de nosotros es la sinceridad de comportarnos como lo que somos. El don de la fe, gracias a este testimonio, llegará así a nuestro entorno, del mismo modo que se propagó en los comienzos de la Iglesia en una sociedad no menos pagana que la actual. 

OREMOS POR LOS FRUTOS DEL AÑO DE LA FE

En el camino de la fe es imprescindible la oración, que es la puerta que lleva a la fe, la hace crecer, la fortalece y la mantiene viva. La fe no es sólo creer como verdaderas las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios, ni sólo acoger aceptar la moral que Él nos propone. Incluye todo esto; pero es también y antes de nada abrir nuestra mente y nuestro corazón a Jesucristo, en quien Dios viene a nuestro encuentro para darnos su amor. Creer es confiar en Jesucristo, ponerse en sus manos, prestarle la adhesión de nuestra mente y de nuestro corazón, aceptarle como el centro de nuestra existencia. Porque creemos en Él, confiamos en Él y nos fiamos de Él, creemos y acogemos su Palabra como la Verdad y su camino como el camino de la Vida.

Nuestra fe brota del encuentro personal con el Dios vivo en su Hijo Jesucristo. Como Benedicto VXI nos ha escrito en su primera Encíclica, “Dios es amor”, que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
 
¿Dónde descubrirlo? En la oración personal y comunitaria. Quien reza de verdad y ora con autenticidad se pone en la presencia de Dios, abre su corazón al misterio del amor de Dios, se deja encontrar y amar por Dios. La oración es la puerta para creer. No hay otro camino para establecer una relación de amistad con Dios ni para el encuentro con Jesucristo que la oración. Y hemos de orar con constancia e insistencia. Recuperemos o intensifiquemos la oración en este tiempo que comienza.

Demos a Dios cada día algo de nuestro tiempo.

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