Dos seminaristas de nuestra Diócesis de Palencia, Álvaro y Daniel, que no viven en el Seminario, pero que viven el Seminario. El curso pasado terminaron su etapa de estudios universitarios en Madrid y de vida en el Seminario, y ahora, en la última etapa de su formación, la de Síntesis y Pastoral, viven en dos pueblos de nuestra Diócesis. En la Unidades Pastorales de Osorno y en las de Santibáñez de la Peña y Velilla del Río Carrión conviven, rezan y trabajan con sus gentes, con sus pueblos, con sus parroquias y con los que serán, el día de mañana, sus hermanos en el presbiterio. Así se inician, de una manera más directa, en el servicio a unas comunidades concretas de nuestra tierra, a unos pueblos, con un presbiterio concreto, unidos a su Obispo.
Pero, además, cada mes se reúnen formando Seminario, aunque no sea en el edificio de Cardenal Almaraz. Cada vez lo hacen en un arciprestazgo diferente de nuestra Diócesis, cuando sus sacerdotes se reúnen, para poder compartir, también con ellos, mesa y oración, y conocer de su mano la tarea pastoral que desarrollan. Así juntos rezan, revisan y siguen trabajando en su formación. Empezando por participar en el mundo laboral, conocer la sociología de nuestra provincia y la organización de nuestra Diócesis, continúan recordando lo trabajado y reflexionado durante sus años previos de formación, para poder hacer síntesis, para no dejar en el olvido aquello que ha sido importante en su formación, y para verlo en global con una mirada nueva. Pero es que, además, también participan de los encuentros de seminaristas de la Región del Duero, o de un mes de Ejercicios Espirituales en Manresa, del que hace unos días que han regresado.
Así se preparan para ser APÓSTOLES PARA LOS JÓVENES. Ellos son jóvenes y la Iglesia en Palencia confía en ellos.
En la Iglesia todos, absolutamente todos, tenemos que ser apóstoles. En el Credo confesamos nuestra fe en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo dentro de la comunidad llamada Iglesia, una iglesia que, entre otras notas, es apostólica, porque se funda en la fe confesada y transmitida por los apóstoles y porque se sabe enviada al mundo entero para anunciar la misma fe con obras y palabras a todos.
¿Qué es ser apóstoles? La palabra apóstol es una palabra griega que significa enviado, poner a parte para llevar a cabo una misión. En el Antiguo Testamento aparecen muchos enviados de Dios. Moisés es enviado de Dios para sacar al pueblo israelita de la esclavitud de Egipto y llevarlo a la tierra de la libertad; David es enviado como rey para pastorear a su pueblo; los profetas con enviados para transmitir al pueblo la Palabra de Dios. Israel es un pueblo que se sabe enviado por el Señor, aunque a veces, como Jonás, huya y le dé la espalda. El gran apóstol de Dios es Jesucristo (cfr. Heb. 3,1); pero en el Nuevo Testamento aparecen muchos más como enviados del Señor, como el Padre lo había enviado a él. Así hablamos de los Doce Apóstoles, de los apóstoles Pablo y Bernabé, etc. A lo largo de la historia hay grandes apóstoles de distintas naciones como San Patricio en Irlanda, San Agustín de Canterbury en Inglaterra, San Bonifacio en Alemania; hablamos de San Juan de Ávila como el apóstol de Andalucía, o Santo Toribio de Mogrovejo, apóstol del Perú, etc.
Todos en la Iglesia tenemos que ser apóstoles del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Para eso nos ha escogido, para estar con él y enviarnos a hacer presente en Reino de Dios, es decir, la justicia, la vida, la verdad, la paz, la misericordia, el perdón y el amor de Dios para con todos. Las condiciones son: dejarse encontrar por el Resucitado y haber quedado seducido por él, convivir, entregarse, conocerle y seguirle a él como uno más del grupo de discípulos, y lanzarse a contagiar a los demás con el mensaje de Jesús.
El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos tenemos esa responsabilidad; por nuestro Bautismo todos estamos llamados al apostolado: hombres, mujeres, niños, adolescentes, adultos, mayores, ancianos, solteros, casados y viudos; en todos confía el Señor.
Tenemos que serlo en nuestra propia familia, en nuestro pueblo, villa o ciudad, en nuestra Castilla, España, etc., en el campo, fábricas, oficinas, bares, campos de futbol, paseos, mercados, etc. No hace falta desplazarse mucho, si nos quema el amor de Cristo y la situación de nuestros hermanos.
Una parcela del Señor que hoy precisa un cuidado especial por parte de la comunidad cristiana son los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Tanto importa que el Papa Francisco ha convocado un Sínodo que se celebrará en octubre en Roma para tratar este tema. Es más, ha querido antes oír y escuchar a los mismos jóvenes por medio de consultas vía internet o presencialmente para conectar con sus alegrías y penas, proyectos y esperanzas.
Por razones obvias los que mejor pueden ser apóstoles de los jóvenes son los cristianos jóvenes y los sacerdotes jóvenes de edad y, sobre todo de espíritu. Pienso en nuestra Diócesis de Palencia y considero que los necesitamos.
Invito a los cristianos jóvenes a dejarse interrogar e interpelar por Cristo y discernir si él los llama a ser apóstoles de los apóstoles como Pedro, Pablo, Juan, Santiago, como los sacerdotes de nuestras parroquias... Responded de corazón, os sentiréis realizados, amigos alegres del Señor como Daniel y Álvaro. Merece la pena. Decídselo a algún sacerdote amigo, al Rector del Seminario, D. Aurelio, o a mí mismo, e iniciemos el proceso de preparación en el Seminario para ser apóstoles de todos, especialmente de los jóvenes.
Todos los que formamos la comunidad cristiana tenemos que pedírselo confiadamente al Señor, y, en la medida de nuestras posibilidades, colaborar en la colecta para mantener el Seminario.
Que San José, patrono de nuestro Seminario, interceda, juntamente con su esposa, Santa María, para que en nuestro seminario se veamos jóvenes que, como Jesús en Nazaret y en los caminos de Palestina, se preparan para ser apóstoles de los jóvenes.
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