La exposición Mons Dei, organizada por Las Edades del Hombre que se va celebrar, D. m., en Aguilar de Campoo, desde mayo a noviembre de este año, tiene una extensión, un añadido y complemento por los alrededores de la villa aguilarense titulado Ecclesia Dei, la Iglesia de Dios.
Los que lo deseen podrán visitar, admirar y gozar en una serie de templos románicos que son el orgullo del norte palentino. Iglesias, por ejemplo, de San Salvador de Cantamuda, Mave, Barrio de Santa María, Perazancas, Moarbes, San Andrés de Arroyo, etc.
El objetivo de esta extensión de Las Edades del Hombre es presentar la riqueza románica de nuestra Diócesis y Provincia. Yo diría que, en primer lugar, es ayudar a percibir o intuir que la presencia de Dios; esta no se refleja únicamente en las obras de arte, expresiones de la sed de belleza infinita que lleva el hombre en su misma estructura, sino que, eminentemente y por la acción del Espíritu Santo, brilla en la comunidad cristiana que se reúne en una casa o templo que llamamos iglesia.
El título indica que la Iglesia, el Pueblo de Dios reunido en asamblea, no es hechura humana; es obra y propiedad de Dios.
Toda familia formada por un padre, una madre y los hijos necesita una vivienda digna en la que compartir la vida desde el amor, una vivienda estructurada de tal forma que exprese su vida. Así también la comunidad cristiana. Los bautizados formamos la familia de Dios, porque reconocemos que Dios es nuestro Padre, que nos ha hecho sus hijos; que Jesús, el Hijo de Dios y hombre como nosotros, nos hace hermanos y coherederos con Él; que por nuestras venas fluye una misma vida, un mismo Espíritu Santo. Somos todos miembros de la familia, pero cada uno con su identidad y función en bien de todos.
En la casa de esta familia hay un cimiento, firme como la roca firme, que es la fe en Cristo. Él lo es todo para nosotros y está representado de muchas y diversas maneras, por ejemplo, en el sagrario, la cruz , el viacrucis, diversas imágenes que representan en su nacimiento, en su vida pública, en su muerte, resurrección, etc. En esta casa singular hay una mesa, el altar, donde el Padre parte el Pan de vida y los hijos lo comemos en alegre fraternidad con acción de gracias; hay una Palabra que compartir, la Escritura proclamada desde el ambón; hay, también, una sede desde la que el ministro ordenado representa a Cristo que es nuestra Cabeza, Maestro, Señor, y Pastor. Otro lugar destacado es la sede de la Misericordia y del Perdón, el lugar de la Penitencia.
En los templos hay imágenes de la Virgen María, del santo patrón y otros santos vinculados a la comunidad; y es que esta familia no la formamos únicamente los que hoy vivimos; también los santos que son los mejores hijos de la Iglesia. Forman parte de la misma los difuntos, los que nos precedieron en la fe y en la esperanza; es verdad que ya no se entierra en los templos, salvo contadísimas ocasiones, pero en algunas iglesias todavía pueden verse sepulturas en el suelo.
¿Qué espacios resaltar de esta casa? En los templos está expresado lo fundamental de la vida cristiana para quien sabe ver lo invisible a través de lo visible que son la fe, la esperanza y la caridad. La puerta, que es la fe en Cristo y el Bautismo, que nos hace libres. Hay asientos, porque no somos esclavos sino hijos. Las paredes o muros representan a la doctrina y la oración; la caridad está expresada en la argamasa o cemento que une a las piedras; el techo expresa que la comunidad está abierta a todos para acoger a los que buscan un techo, un hogar, un calor. En los templos hay lámparas y velas, que nos hablan de la misión de la comunidad que es iluminar y alumbrar con las buenas obras. El suelo del templo insinúa la humildad de Cristo y nuestra humildad. En muchas iglesias hay un coro, indicando que la vida de la comunidad tiene que ser un himno alegre de alabanza al Señor, un himno sinfónico, donde se articulan y ensamblan las voces distintas de las personas diversas y unidas en armonía. Las columnas representan a los apóstoles y la caridad.
Pegada o junto a la iglesia o templo hay una torre o una espadaña que apunta al cielo; alude a nuestra esperanza, la gloria. La torre tiene campanas, que convocan a la reunión orante y a la celebración, al igual que al testimonio cristiano visible y audible en la sociedad por el amor que es paciente, benigno, no tiene envidia, no presume, no se engríe, no es egoísta, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad... (cf. I Cor, 13,4-8). La puerta invita a salir y llevar la paz vivida y celebrada a la convivencia social.
Por las ventanas penetra la luz y el aire, el amor del Espíritu Santo, que ilumina y, con el incienso, perfuma todas las personas y cosas.
Que la belleza de las iglesias de piedras muertas nos ayude a percibir el misterio de la iglesia formada por piedras vivas.
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