La villa de Fanjeaux, en la que ha sido párroco Domingo, se queda pequeña para la obra que, en su mente y corazón, lleva tiempo fraguándose. Las monjas claustrales de Proulle son un buen cimiento, pues su oración asegura el fruto de la predicación de los frailes, pero hay que seguir trabajando para que la obra que el Señor ha comenzado, llegue a buen término.
Fue en Toulouse donde renació la predicación, a petición del legado pontificio que asistió al concilio de Montpellier. Esta predicación no había sido espontánea y ocasional, como la de los predicadores cátaros itinerantes. Domingo tenía claro que no podía ser algo provisional. Se precisaba una predicación permanente, sostenible en el tiempo... era necesaria una nueva Orden religiosa. Estable y reglada con algunas normas de vida, que aseguraran la perpetuidad y el crecimiento ilimitado de la pequeña semilla, tocada por la mano del Creador e iluminada por la fuerza del Espíritu. Para Domingo el modelo apostólico es el mejor: los que fueron los primeros en seguir al Maestro son el modelo a imitar en la misma tarea. La pobreza de vida, la vivencia de la oración, y la formación intelectual y moral serán los pilares para el predicador.
Dos vecinos de Touluose se unen al grupo de Domingo. Uno de ellos, Pedro Seila, entrega un grupo de pequeñas casas pegadas al castillo condal, no lejos de una pequeña iglesia del señor de la villa. La “fundación” está en marcha. Se colocó la “primera piedra fundacional” entre el 7 y el 25 de abril de 2015, por la “profesión” o voto de obediencia que recibió Domingo de los primeros frailes. Domingo es fundador y las casas de Pedro Seila son desde entonces la cuna de la Orden de Frailes Predicadores.
Hace falta la aprobación formal, y a principios de junio de 1215, el Obispo Fulco, de Toulouse, en una carta aprueba el «propósito regular» de la joven comunidad, y confiere a sus miembros la misión formal de ser predicadores en la Diócesis: «En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo: Hacemos saber a todos los presentes y venideros que Nos, Fulco, por la gracia de Dios humilde ministro de la silla de Touluose, queriendo extirpar la herejía, desterrar los vicios, enseñar a los hombres las reglas de la fe y formarlos en las buenas costumbres, instituimos por predicadores de nuestra diócesis a Domingo y a sus compañeros, que se propusieron andar a pie, con pobreza evangélica, a predicar la fe del Evangelio».
La intuición de Domingo, el castellano que sufría con el sufrimiento de sus hermanos, tomaba cuerpo y comenzaba a crecer, para gloria de Dios y bien de su amada Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario