En las hagiografías de los santos se mezclan por igual, historia, leyenda, piedad y amor. Es un género literario muy peculiar, el de las “florecillas”. Relatos más o menos verídicos, llenos de amor y devoción, que dejan entrever una realidad profunda, como es la vivencia del seguimiento de Cristo en un grado extraordinario. Una unión con Dios tan profunda y tan singular que hace “florecer” en el santo toda clase de prodigios, avalando así la íntima unión con el Creador. Para esta ocasión he querido espigar algunas que nos relatan los primeros testigos de la canonización del santo burgalés. El P. Vicaire y Leonardo Von Matt:
El predicador: Se daba con tanto ardor a la predicación, dice Guillermo Peyre, abad del Capítulo de Narbonne, que quería anunciar la palabra de Dios de día y noche, en las iglesias y en las casas, por los campos y los caminos, por todas partes, en una palabra, sin querer hablar más que de Dios... No daba tregua a los herejes, y se oponía a ellos por la predicación, la controversia pública y por todos los medios a su alcance; tanto por la palabra, precisa Arnaldo de Crampagna, como por el ejemplo de una vida santa.
La oración: En las persecuciones no se dejaba vencer por el desaliento, caminab, apacible e intrépido, en medio de los peligros, y no se desviaba. Por el contrario, si el sueño le vencía, se echaba en el camino o en los contornos inmediatos y dormía. El B. Otón, añade; Cuando caminaba conmigo y otros compañeros a través de los bosques, solía quedarse atrás. Cuando se iba en busca suya, se le encontraba en oración, de rodillas, sin miedo a los lobos hambrientos que atacaban, sin embargo, a gran número de personas.
Confianza en Dios: Un día, cuenta Pedro de Brunet, el santo había pasado un río en una barca; los barqueros le pidieron el dinero del salario; no tenía nada para pagarles. Insistieron, exigiendo el dinero o una prenda, e incluso echaron la mano sobre él. Fijó los ojos en el suelo, y mostrándoles allí un dinero. “Recibid de la tierra, dice, lo que reclamáis”.
Hombre austero: Atormentado con frecuencia por dolores, dice Guillermina, una de sus hospederas, los circunstantes le ponían en el lecho, y él, al punto, se echaba en tierra, porque no acostumbraba a descansar en cama. Habiéndole preparado muchas veces la cama, confirma Beceda, no se acostaba en ella, sino que a la mañana la encontraba dispuesta según la había dejado cuando yo la hice. Y lo mismo hacía cuando estaba enfermo. También le encontraba con frecuencia durmiendo en el suelo, descubierto. Y como le cubriese, al volver hallábale orando, o de pie o en postración.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
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