sábado, 18 de junio de 2016

Alocución de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA

Alocución de MONS. MANUEL HERRERO FERNÁNDEZ, OSA en la Ceremonia de Ordenación Episcopal e Inicio del Ministerio como Obispo de Palencia

Catedral de Palencia, 18 de junio de 2016

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Queridos palentinos, cántabros, agustinos, hermanos y amigos todos:

Mi intervención va tener cinco puntos: un saludo, una acción de gracias, una confidencia, una confesión de mi actitud y la manifestación de un deseo profundo. Perdonad si me alargo mucho y si me salen los nervios.

1. SALUDO

Antes de nada, mi saludo en el Señor, el rostro misericordioso del Padre, a todos y cada uno de vosotros, especialmente a los palentinos, hermanos míos, a quienes ya quiero, y que sois mi alegría y mi corona (Cfr. Fil, 4, 1), mi esperanza y mi gloria ante Jesucristo.

2. ACCCIÓN DE GRACIAS

No sería yo mismo ni sincero con vosotros si no comenzara por dar gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a los presentes y ausentes.

Juntos hemos escuchado la Palabra de Dios, juntos hemos celebrado la Eucaristía, misterio de la bondad infinita de Dios, de su misericordia y fidelidad, fuente, centro y culmen de la vida cristiana; juntos hemos adorado, bendecido, glorificado a Dios, principio, guía y meta del universo. En ella he dado gracias a Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo por todo y por todos, hemos comulgado con Jesucristo, pan de vida, y con los hermanos, y he pedido por esta porción del Pueblo de Dios que se me confía para la que apaciente con la colaboración del presbiterio, no tanto para presidir como para pro-existir, la reúna en el Espíritu Santo por medio del Evangelio, la Eucaristía y la caridad en todas sus dimensiones, y que constituye la Iglesia particular de Palencia.

Gracias a la Iglesia del cielo, con Santa María, la Madre de Dios y nuestra Madre, siempre presente en mi vida, los santos y los difuntos.

Gracias a la Iglesia Católica, nuestra madre, que preside en la comunión de la fe, la esperanza y la caridad el Papa Francisco; gracias a las Iglesias en Santander, Palencia, Burgos, Valladolid, y Madrid, Iglesias en las que he compartido con alegría la luz de la fe y el ministerio ordenado a lo largo de mi vida.

Gracias, Sr. Nuncio, por haber aceptado mi invitación a ordenarme, por su amabilidad y atenciones. Le ruego transmita al Papa mi gratitud, mi oración, mi obediencia, mi comunión y mi deseo de intentar ser un pastor como quiere y pide, con fortaleza y valentía para estar en las periferias geográficas y existenciales.

Gracias Sr. Cardenal Presidente de la CEE, Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos y Sr. Secretario de la Conferencia Episcopal Española. Agradezco su presencia, expresión de la comunión entre las Iglesias y con esta Iglesia particular de Palencia. Un saludo al Sr. Arzobispo de Burgos, D. Fidel Herráez y a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Burgos y de la Región del Duero. Un saludo particular a los Obispos que han regido esta Diócesis: D. Nicolás Castellanos, D. Ricardo Blázquez, D. Rafael Palmero, D. José Ignacio Munilla, y D. Esteban Escudero. Un saludo cordial a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Oviedo que siempre me han acogido fraternalmente.

Un saludo particular, profundamente agradecido, a los Obispos de Santander con los que he colaborado y que tanto me han ayudado y enseñado como buenos padres, maestros, amigos y hermanos. Gracias, D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva; gracias, D. Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid; gracias, D. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo de Zaragoza, y gracias, D. Manuel Sánchez Monge, actual Obispo de Santander e hijo de esta Iglesia de Palencia. Tengo que tener también un recuerdo agradecido ante el Señor de D. Juan Antonio del Val Gallo, Obispo de Santander, ya difunto, que fue siempre para mi padre, hermano y amigo, y al sacerdote D. José Luis López Ricondo, igualmente padre, hermano y amigo.

Un fraterno saludo a los Obispos hijos de esta Iglesia: D. Javier Del Río, Obispo de Tarija, en Bolivia; D. Gerardo Melgar, Obispo de Ciudad Real; y a D. Luis Javier Argüello, Obispo Auxiliar del Arzobispo de Valladolid.

Gracias a la Orden de San Agustín, representada por el P. General y los muchos hermanos y hermanas presentes, algunos obispos de otras iglesias; gracias especialmente para mis hermanos de comunidad de Santander. Tomando prestada una palabra de San Agustín tengo que decir en verdad: soy el fruto de vuestros sudores, amores y trabajo.

Gracias a los que habéis venido de otras diócesis, de Madrid, Oviedo, y León; gracias antiguos feligreses de las parroquias de Ntra. Sra. de la Esperanza y Santa Ana, de Moratalaz, San Manuel y San Benito y de los Colegios Ntra. Sra. del Buen Consejo y San Agustín, de Madrid, y a todos hermanos y amigos que habéis venido de fuera y que siempre me habéis acompañado con vuestra comprensión y cercanía.

Gracias a mis compañeros, formadores y profesores agustinos de Palencia, La Vid, Valladolid, Los Negrales (Madrid), y San Lorenzo de El Escorial, y a los maestros, profesores y compañeros de la escuela de Serdio, mi pueblo, y de las Universidades Pontificias de Comillas y Salamanca en las que cursé los estudios.

Gracias a los miembros de vida consagrada, en especial a las Hermanas Mercedarias de la Caridad de Madrid y del Barrio Pesquero de Santander, y a las Hermanas Carmelitas Descalzas de Torrelavega que tanto me han ayudado con su oración y amistad.

Gracias a mi familia, a mis hermanos Paco y Toña, a mis sobrinos: Toñi y Jose, José Manuel y Almudena, Belén y Pedro y sobrinas nietas; a D. Florentino Hoyos, párroco de Llanes, Asturias, y a todos los primos y demás parientes. Mi gratitud y oración se dirige a mis padres, Manuel y Perfecta, y mi cuñado, Alfonso Quesada, ya difuntos; de todos ellos sólo he recibido amor, ejemplo, comprensión y ayuda.

Gracias a los vecinos de Serdio y Estrada, mi parroquia y pueblo de nacimiento, donde nací a la vida y la fe de la iglesia, y a todos los que habéis venido de la zona de San Vicente de la Barquera, con los PP. Claretianos a la cabeza; gracias a los que habéis venido de Cantabria y del valle de Mena, Burgos, sacerdotes, religiosos, seminaristas del Seminario de Monte Corbán, laicos y laicas, de la Diócesis, y en particular de las parroquias de San Agustín del Sardinero y de Ntra. Sra. del Carmen, del Barrio Pesquero, de los Colegios San Agustín, Miguel Bravo-A.A. de la Salle y Guardería Infantil Marqués de Valtierra. Un recuerdo lleno de reconocimiento y gratitud para el sacerdote que me bautizó, D. Isidro Mardones, y para el que me llevó al Seminario de agustinos, D. Santos Fernández. Un saludo agradecido al alcalde de Val de San Vicente, al alcalde de Santander y demás autoridades de Cantabria que se habéis desplazado hasta aquí para acompañarme.

Mi gratitud se extiende a las autoridades locales, provinciales y regionales presentes con mi deseo de una sana colaboración, al servicio del bien común, el bien de nuestro pueblo, de todos y de cada uno, especialmente de los niños, enfermos, ancianos, excluidos, descartados y los jóvenes que tienen que emigrar de nuestra tierra por no encontrar trabajo. Juntos tenemos que afrontar los problemas del mundo rural y del desempleo.

Mi saludo agradecido a los trabajadores de los Medios de Comunicación Social, especialmente a los de Popular Televisión Cantabria a quienes aprecio y tengo en gran estima.

Y gracias a todos vosotros, mis hermanos de Palencia, sacerdotes, diácono permanente, consagrados, y laicos, por vuestra acogida llena de cariño. Mi gratitud especial a D. Antonio Gómez Cantero, Administrador Diocesano, al Colegio de Consultores, al Presidente y Cabildo de la Catedral, al diácono permanente, los lectores, acólitos, organista, director del canto, a todos los que de una manera u otra habéis colaborado en esta hermosa celebración.

3. UNA CONFIDENCIA Y UN PÁLPITO

Después de haber presidido la Eucaristía, misterio de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad (Cfr. San Agustín, Tratado del Evangelio de San Juan, 26, 13) como obispo de Palencia, permitidme una confidencia. El día 4 de abril, estando en el funeral de un sacerdote, D. Carlos Guerra, en Torrelavega, me llegó una llamada perdida al móvil. Al llegar al Obispado, la vi, era de la Nunciatura, y llamé. Me pusieron con D. Santiago de Wit Guzmán (1º Consejero de la Nunciatura Apostólica), que me dijo si podía ir al día siguiente. Arreglé algunas cosas, saqué billete para el tren.

Aquella noche dormí mal. Daba vueltas: ¿Qué desearán? ¿Me pedirán Información sobre algo? Había oído rumores y me preguntaba: ¿Me van a nombrar obispo? Solo la posibilidad de ser obispo me asusta. Yo ya tengo mi edad, soy débil, pecador, tímido y tembloroso, (Cf. 1 Cor 2, 3) toda la vida he sido marinero y ¿me van a pedir que asuma el timón del barco? ¿Aceptaré? ¿Acertaré? En ese mar de dudas y zozobra, vinieron en mi ayuda dos recuerdos: las palabras de la Liturgia del día 4, solemnidad este año de la Anunciación del Señor. En la segunda lectura de la Eucaristía, el Hijo de Dios, al entrar en este mundo, decía: «No quisiste sacrificios ni ofrendas...; entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Hb 10, 6-7). Y en el Evangelio escuchábamos de labios de Santa María, la Virgen: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y para abundancia, me venía el ejemplo y la palabra de San Agustín. En una carta a Eudoxio y los monjes de la Isla Cabrera, que dice así: «Obedeced a Dios con humilde corazón, llevando con mansedumbre a quien os gobierna. El que dirige a los mansos en el juicio, enseñará a los humildes sus caminos. Y si la madre Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo por torpe desidia. Obedeced a Dios con humilde corazón... No antepongáis vuestra contemplación a las necesidades de la iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinan a asistirla cuando ella da a luz, no hubieseis encontrado modo de nacer» (Carta 18, 2). Remarco: Obedecer a Dios con humilde corazón y responder a las necesidades de la Madre Iglesia.

Estos planteamientos me tuvieron casi toda la noche sin dormir, pero al fin, consciente de mi miseria, con temor y temblor, pero confiado en «Tu misericordia», Señor, me decidí a aceptar por amor lo que me pidiesen. Si Cristo me amó y se entregó por mí, ¿cómo no me voy a entregar al Señor, nuestra cabeza, y a vosotros, sus miembros, que juntos formamos el Cristo total?

Cuando Mons. Santiago de Wit me comunicó el 5 de abril que el Papa Francisco me proponía ser obispo de Palencia, mi corazón dio un pálpito grande por vosotros, los palentinos. Me inicié en la experiencia humana, cristiana y vocacional, precisamente aquí, en Palencia, en el Seminario Menor de los Agustinos; me ordenó presbítero el Obispo de Palencia, D. Anastasio, y aquí me estrené como sacerdote en el Seminarios de los Agustinos y colaborando en algunas comunidades parroquiales y religiosas. Desde entonces, Palencia tiene resonancias emotivas en mí; he seguido de cerca los esfuerzos por aplicar el Concilio Vaticano II, que ha tenido una de sus grandes manifestaciones teológicas y pastorales en la celebración del Sínodo Diocesano de 1988 y notables realizaciones en distintos campos de la misión y, en particular, en la pastoral rural.

4. MI ACTITUD Y DESEO COMPARTIDO DE DEJARNOS EVANGELIZAR Y EVANGELIZAR CON TODO EL PUEBLO DE DIOS, SACERDOTES, CONSAGRADOS Y LAICOS EN EL SERVICIO PASTORAL

Estas palabras de San Agustín, que he citado, contando con la misericordia de Dios y la vuestra y vuestra oración, me señalan desde qué actitud he de servir y lo que tengo hacer: Asistir con vosotros a esta Iglesia en el parto santo de engendrar hijos. El Obispo no es la Iglesia; la Iglesia es más que el Obispo, y vengo a ayudar en la generación, parto, crecimiento y formación de sus hijos, («hasta que Cristo se forme en vosotros», decía San Pablo en Gal 4, 19), hacer hombres nuevos y mujeres nuevas que sean sal, levadura y luz para una nueva sociedad y humanidad, porque no habrá civilización nueva, la del amor, sin hombres y mujeres nuevos con la novedad de Cristo. Dicho de otra manera: EVANGELIZAR, es decir, vivir la dulce y confortadora alegría de llevar el gozo del Evangelio, que es llevar la alegría del amor de Dios manifestada en Cristo y comunicada por el Espíritu Santo. Eso es lo que nos pide el Concilio Vaticano II y nos han enseñado San Juan XXIII, el Beato Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y hoy el papa Francisco.

Esto nos exige mirar al hoy, pero no con lamentos, añoranzas de tiempos pasados y condenas, sino haciendo una lectura creyente de la realidad y de los signos de los tiempos. Hay dificultades, -¡y cuándo no!-, porque hay muchas más y nuevas oportunidades. Tenemos que hacernos muchas preguntas: ¿Qué caminos nos muestra y abre el Espíritu Santo para encontrarnos con las personas de la nueva cultura? ¿Qué relación quiere que establezcamos con los que han abandonado la Iglesia, o la fe? ¿En qué tenemos que convertirnos, transformar nuestra manera de pensar? ¿Cómo anunciar, denunciar, renunciar, celebrar, vivir fraternalmente el Evangelio y orar hoy, en este mundo y en esta sociedad actual?

¿Cómo llevarlo a la práctica? ¿Cómo acompañar, discernir, integrar la fragilidad con misericordia pastoral? (Cfr. AL, 291 ss) Quisiera hacerlo todo con vosotros, todos juntos, y yo como siervo de todos, siervo de Cristo y obispo servidor de la Palabra y los Sacramentos, no tanto presidiendo como pro-existiendo y sirviendo, en sinodalidad, en familia.

¿Qué dificultades y necesidades, tareas y problemas tiene hoy nuestra Iglesia de Palencia? ¿Qué calidad tienen nuestras comunidades cristianas como casas y escuelas de comunión? ¿Somos los cristianos personas enamoradas de Jesucristo con quien nos hemos encontrado, o hemos reducido nuestra fe a ideologías y formas de comportamiento? ¿La realidad de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada nos interroga, preocupa y ocupa? ¿Qué malestares existen entre nosotros los sacerdotes, consagrados y laicos y por qué? ¿Qué conciencia tenemos de la urgencia misionera aquí? Y después juntos haremos un diagnóstico de los gozos, alegrías, dolores, tristezas, esperanzas, fortalezas y oportunidades de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia y juntos intentaremos buscar salidas. Yo como obispo-siervo y cada uno de vosotros con vuestros carismas.

Con San Agustín os digo: «¿Qué pretendo, qué anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Hago todo esto con la única intención de que vivamos juntos en Cristo. Esta es toda mi ambición, mi gozo, mi honor, toda mi herencia y toda mi gloria... Yo no quiero salvarme sin vosotros» (Sermón 17, 2). Vosotros conmigo y yo con vosotros, todos condiscípulos en la escuela del único Maestro, unidos desde la diversidad reconciliada, manteniendo la unidad en la diversidad, la unidad que se conjuga con la pluralidad en una sinfonía bella, armoniosa y perfecta, «amando a esta Iglesia, estando en esta Iglesia, siendo esta Iglesia» (San Agustín, Sermón 138, 10), trabajando por el Reino de Dios aquí.

¿Y cómo hacerlo concretamente? Canta y camina, nos invita San Agustín en el Sermón 256.

Canta: Cantar es propio del que ama. Y os invito a vivir así; es decir, desde el amor enamorado, hambriento y sediento a Cristo y a los hermanos, a todos, especialmente a los más empobrecidos, vulnerables y necesitados. Un amor que canta con alegría y gozo, «el gozo de Cristo, en Cristo, con Cristo, tras Cristo, a través de Cristo, en razón de Cristo» (San Agustín, De Santa Virginidad, 27), y sabiendo que ésta, la alegría, siempre es alegría crucificada y resucitada, don del Espíritu Santo.

Y camina: Caminando y haciendo camino como discípulos misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, con misericordia y ternura pastoral; no estancados, no parados, aunque corramos el riesgo de mancharnos con el barro del camino (Cfr. EG,45), sino en continua y renovada conversión y creatividad pastoral. Como paradigma y ejemplo, fijaremos los ojos del corazón en el Buen Pastor, el Buen Samaritano, en las parábolas de la Misericordia, en Jesús que recibe de noche a Nicodemo, que cansado del camino, pide agua y dialoga junto al manantial con la Samaritana, que se hace peregrino y compañero con los de Emaús, saliendo al encuentro de nuestros hermanos e integrando a todos, respetando la libertad de todos, sin marginar ni excluir a nadie, y ofreciendo lo que tenemos, la luz de Jesucristo, el único que esclarece el misterio del hombre (Cfr. GS, 22): «quien quiere vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir» (Trac. In Jn, 126,13). Como San Pedro y San Juan podemos decir: «No tengo oro ni plata, lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Hechos de los Apóstoles 3, 6).

Quiero unirme al paso de esta Iglesia continuando el camino ya realizado a lo largo de la historia antigua, en la que hay grandes realizaciones de fe manifestada en cultura y santidad, como las del Hno. Rafael y el Beato Manuel González, obispo de los sagrarios abandonados y de los pobres, que pronto será canonizado; una historia cercana que arranca en el Concilio Vaticano II y ha cuajado en un Sínodo, asambleas y encuentros diocesanos. Reconozco que el Espíritu Santo ha estado grande y ha enriquecido y enriquece a esta Iglesia con multitud de carismas. Deseo que todos avancemos teniendo un solo corazón y una sola alma hacia Dios, escuchando dócilmente lo que el Espíritu diga a nuestra Iglesia (Cfr. Ap 2, 7, 11, 17, 29; 3, 6, 13, 22).

Quiero unirme a todos para escribir con nuestra fe, esperanza y caridad, una página y una etapa nueva, sin miedo a equivocarse, porque lo hacemos por amor, y de esta raíz no puede nacer sino el bien («Ama y haz lo que quieras»; Cfr. S Agustín, Homilía I Jn VII, 8); escribir juntos una página de esta Iglesia que no es aduana, sino casa paterna donde hay un lugar para cada uno con su vida a cuestas (Cfr. AL 310), donde nos ayudamos y compartimos corresponsablemente las alegrías y penas, trabajos y esperanzas; una Iglesia que sale de sí misma a las periferias para estar como un hospital de campaña a la intemperie, al lado de los heridos de la vida, para reivindicar con obras y palabras la dignidad de toda persona, que es un hijo o una hija de Dios, la realidad más grande e importante por encima de todas las demás realidades. Quiero caminar con vosotros, en medio de vosotros y detrás de vosotros con olor a oveja, como dice el papa Francisco, y con la esperanza confiada en Dios, y en vosotros, «gente de buena masa» (Santa Teresa de Jesús). Si no lo hiciera, corregidme fraternamente, por favor. Y concededme ya por adelantado vuestro perdón por mis pecados y fragilidad que, sin duda las tengo y los tendré. Al emprender nuestro camino juntos me animo a mí mismo con aquellas palabras de San Agustín: «Si lo que soy para vosotros me asusta, me consuela y tranquiliza lo que soy con vosotros, porque para vosotros soy obispo, pero con vosotros soy cristiano» (Sermón 340 y 46, 2).

5. UN ANHELO PROFUNDO

Que lo que hagamos, sea lo que sea, orando juntos, unos por otros, vosotros por mí y yo por vosotros, «porque si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles» (Sal 127), porque sin Él no podemos hacer nada y Él nos lo da todo. Para Él nada es imposible. Que nos conceda su Santo Espíritu para «permanecer en Él, perseverar en su amor, vivir de su vida y ser conducidos por su mano» (oración después de la comunión de la misa 5ª de varios mártires). Pedid al Señor que no me apaciente a mí mismo y no busque mis intereses, sino los de Jesucristo (Cfr. Fil 2, 21; San Agustín, Sermón 46).

Que Santa María, la Madre de Dios y nuestra, estrella de la Evangelización, la estrella de la mar, a quien en Palencia llamamos Virgen de la Calle, e invocada en tantas hermosas y entrañables advocaciones en esta Iglesia Diocesana; que San José, patrono de la Iglesia universal, San Agustín, San Antolín, nuestro patrono, San Rafael Arnaiz y el Beato Manuel González y todos los santos y beatos palentinos y agustinos nos acompañen con su ejemplo e intercesión siempre en esta nueva etapa del camino que emprendemos bajo el signo de la fidelidad, la entrega, el servicio, la creatividad y la disponibilidad generosa.

Muchas gracias a todos y que la gracia del Señor Jesús esté con todos. En el nombre del Señor empecemos a caminar juntos con esperanza y alegría.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia

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