Querido don Manuel: Con las lámparas encendidas de la ilusión hemos esperado su ordenación de obispo. Nuestras lámparas ciertamente son de barro; pero nuestra ilusión es de oro.
Cuando esta carta se divulgue, usted ya será obispo. Nuestro obispo. Le hemos acompañado en su ordenación y nos disponemos ahora a acompañarle en su misión...
Lo de la “misión” nos toca de cerca a todos. Un obispo no es obispo para gobernar en solitario. En la familia de Jesús, todos (presbíteros, diáconos, religiosos y laicos) somos enviados al mundo.
Edificamos la Iglesia en tanto en cuanto nos reconocemos comunión fraterna: o sea, corresponsables. Y la construimos en la medida en que nos preparamos cada día para el “envío” o la “salida”, como dice el Papa Francisco. Transcurrido un año del regreso de don Esteban a su diócesis valenciana, aquí hemos continuado trabajando en la viña del Señor. No hemos holgazaneado ni descuidado la parcela encomendada. Usted -como santa Teresa- no duda de que seamos gente de la “mejor masa”, ¿a que no? Nos lo ha dicho como un piropo, pero es verdad.
Y sin embargo, más allá de la necesaria autoestima, hemos de reconocer que, hoy por hoy, no lo tenemos fácil. Vivimos un momento crucial en el que la sociedad española se transforma aceleradamente. Cambian los valores morales, las ideas, las experiencias religiosas. Cambian las opciones políticas. Palencia no es un oasis de excepción. Aunque nuestra gente siga siendo espléndida, aquí también ha llegado la increencia a la cristianía y el negro escepticismo a la ciudadanía.
Así que Dios quiera que, en esta hora, la nueva situación no nos coja con el paso cambiado, mirando a las nubes o haciendo “finos encajes de bolillos”, mientras sopla un viento recio del Norte que nos alerta y avisa...
Usted ya sabe que aquí se sigue trabajado con alegría, aunque necesitamos mucho aliento y empuje. Y también necesitamos proyectos pastorales claros y audaces. Las fuerzas, a veces decaen, y no siempre por culpa del misionero o trabajador de la viña. Usted mismo podrá constatar que, en este año transcurrido sin obispo, en este interregno, la diócesis de Palencia ha continuado su peregrinaje. Hemos sido fieles a nuestros puestos. Como los duros centinelas.
Víctor Hugo, en su espléndida novela “Los miserables”, nos dejó un retrato certero de lo que debe ser un obispo. Refiriéndose a uno de sus personajes de ficción, al que él llama el Obispo Bienvenido, dice: “Era sacerdote, sabio y humano”. Y añade: “Era justo en todo: equitativo, virtuoso, inteligente, humilde y digno...”.
Don Manuel, le deseamos que vaya realizando, poco a poco, aquí entre nosotros, todo lo que, sin duda, habrá ido usted soñando ya en su larga y dilatada andadura como agustino, párroco y vicario en la diócesis hermana de Santander.
Deseamos de corazón que, cuando usted llegue al final de su trayecto como pastor, en esta nuestra diócesis, pueda contemplar, mirando hacia atrás, una Iglesia de nuevo ilusionada y renovada. Con jóvenes vocaciones al ministerio, que buena falta nos hacen. Y es que, como decía el poeta Machado, siempre hay que soñar mucho para poder llegar lejos. Esta es nuestra experiencia itinerante por los duros caminos de Castilla.
Aquí, señor obispo, como los buenos campesinos, seguimos soñando con cosechas abundantes. Aunque -¡qué le vamos a hacer!- a veces vemos caer del cielo tantos y tan negros nublados en forma de tormentas que llegamos a dudar.
Insisto, necesitamos ser reconocidos, animados y acompañados. No es esta una hora fácil para la Iglesia de Jesús. Tampoco aquí, en Palencia. Sabemos, sin embargo, que la fuerza de Dios siempre se desplegó generosa y abundante en lo débil, frágil y pequeño.
Con los mejores deseos.
Eduardo de la Hera
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